CON EL CAÑÓN EN LA BOCA

Un espacio para el desahogo, para el ahogo, para la soledad, para la compañía, para perder el control y retomarlo, para perderse completo y reencontrarse a medias, para ser un personaje y ser el autor al mismo tiempo, para gritar desaforado todos los silencios.

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Nombre: Ricardo Hinojosa Lizárraga
Ubicación: Miraflores, Lima, Peru

Comienzo esto a la edad en que otros han terminado todo lo que les quedaba por hacer en vida: Hendrix, Morrison, Janis, Cobain. Que poco pueden parecer a veces 27, cuanto pueden significar en otras ocasiones. Fuera de eso, ya cumplí con los rituales del colegio y la universidad, el de los vanos intentos de socialización, el de la escuela de vida que te prepara para saber adonde no volver, o como extraviarte totalmente en la búsqueda de ser individual y no borrego de modas y antojos circunstanciales. Aunque, a pesar de eso, prosiga ahora como todos, como uno más, ganándome el pan y trabajando, cumpliendo protocolos y horarios, aunque prefiera quedarme en casa, escribir según mi ánimo, darle curso al onanismo (el mental y todos sus hermanos), almorzar cuando no toque, escupir al cielo eventualmente o sencillamente chasquear los dedos frente al público y hacer mi gran desaparición. A pesar de todo eso, estoy aquí, sacando bien, siempre con el cañón en la boca, tentando el número final que me haga perenne.

noviembre 14, 2006

Pablo Guevara, Retorno a la creatura


(1930 - 2 de noviembre 2006)

"La primera vez que supe de él, alguien me contó que se le había acercado para preguntarle “Disculpe, ¿usted es el profesor Pablo Guevara?” y el había respondido no sin una media sonrisa, acelerando el paso y cargado de libros y de películas: No, yo soy el POETA Pablo Guevara" strong>strong>

Hubiera querido tener una mejor anécdota para contar que esta con la que comienzo y que he birlado de manera cínica de algún post solitario olvidado en algún blog más solitario aún (más solitario aún que el mío), pero lamentablemente nunca conocí a Pablo Guevara. Y lo peor de todo no es solo nunca haberlo conocido que bueno, vaya y pase, pues a Vallejo, Oquendo y Moro tampoco llegué ni para el velorio y los siento cerca igual. Lo peor es que nunca lo he leído profusamente. Casi ni recordaba algún poema suyo hasta hace unas semanas, cuando una amiga me dijo que necesitaba sangre, que tenía leucemia, que pobre Pablo. Creo que me acerqué a sus versos al sentir la inminencia de la muerte, pero tan lejano y tan trémulo como un hijo se acercaría en el instante postrero al padre que siempre sintió lejano. Algunas cosas había oído también acerca de Pablo de mi abuelo, José Luis Calvo, asiduo asistente a las tertulias cebádicas del Palermo y el Negro Negro, ya no bares, sino palabras casi míticas dentro de la Enciclopedia Histórica de la Poesía Peruana que quizá alguien algún día se atreva a escribir. Esos espacios bajo la Lima de los 50 donde apellidos como Pérez Prado o Gillespie salían de las radiolas para entremezclarse con los Reynoso, los Vargas Vicuña, los Delgado, Salazar Bondy o Bendezú. Cuando Doris Gibson y Estuardo Núñez eran asiduos partícipes de la vida cultural limeña, no los vestigios casi centenarios en un siglo XXI que debe parecerles irreal e impertinente. Que debe dejarles pocas ganas de contar su historia antes de salir huyendo de aquí. Pablo Guevara vivió solamente 70 y tantos años. La historia dice que nació en 1930, que comenzó a escribir casi sin darse cuenta y que a los 24 ya era premio nacional de poesía. Luego llegó la docencia. “Sus colegas y sus alumnos lo recuerdan como un hombre apasionado del diálogo, ajeno a todo estiramiento magistral. Su atuendo mismo, informal y ligero, su andar mochila al hombro, daban la impresión de que estaba a punto de viajar o que acababa de retornar de una travesía”. Escribió de él César Lévano hace pocos días en la Revista Caretas. El Dominical de El Comercio (N° 400) también le hizo un sentido pero brevísimo homenaje en el que se anotó que “Su obra tuvo siempre un marcado tono personal, bastante alejado de los tópicos y hábitos discursivos frecuentados por sus demás coetáneos “. Mejorado luego por Balo Sánchez León en la última edición del 12 de noviembre, la que aprovechó también para repasar al resto de la generación que lo acompañó en tertulias y asombros durante esos años que muchos de nosotros imaginamos quizás en blanco y negro. Nunca conocí a Pablo Guevara, es cierto. Y es cierto también que deberían hablar los que lo conocieron, los que sintieron el toque de vida del poeta en la suya propia, más que como una influencia, como sensación de verso fascinante y recién leído.


MI PADRE
un zapatero

Tenía un gran taller. Era parte del orbe.
Entre cueros y sueños y gritos zarpazos,
él cantaba y cantaba o se ahogaba en la vida.
Con Forero y Arteche. Siempre Forero, siempre
con Bazetti y mi padre navegando en el patio
y el amable licor como un reino sin fin.
Fue bueno, y yo lo supe a pesar de las ruinas
que alcancé a acariciar. Fue pobre como muchos,
luego creció y creció rodeado de zapatos que luego
fueron botas. Gran monarca su oficio, todo creció
con él: la casa y mi alcancía y esta humanidad.
Pero algo fue muriendo, lentamente al principio;
su fe o su valor, los frágiles trofeos, acaso su pasión;
algo se fue muriendo con esa gran constancia
del que mucho ha deseado.
Y se quedó un día, retorcido en mis brazos,
como una cosa usada, un zapato o un traje,
raíz inolvidable quedó solo y conmigo.
Nadie estaba a su lado. Nadie.
Más allá de la alcoba, amigos y familia,
qué sé yo, lo estrujaban.
Murió solo y conmigo. Nadie se acuerda de él.
Retorno a la creatura, Madrid 1957.



Este poema se convirtió en algún momento en el más representativo del autor. Se lo pedían en cuanta lectura pública realizaba. Triste sino el del poeta de avizorar, fatal, su destino. “Moriré en parís con aguacero”, anotó Vallejo. “Simplemente sucede que no tengo miedo de morir entre pájaros y árboles” visionó Heraud. “Fue bueno, y yo lo supe a pesar de las ruinas que alcancé a acariciar”, Escribió Guevara, como si intuyera que su legado iba a ser tristemente repasado cuando para su voz fuera ya imposible volvernos a recitar, por eso de que nuestros poetas son mejor homenajeados muertos que vivos, por los burros peruanos del Perú (perdonen la tristeza). Como intuyendo mi caso y el caso de muchos otros que solo llegamos a “acariciar sus ruinas”. El poema pertenece al libro Retorno a la creatura de 1957. Pablo logró ese retorno al germen casi 50 años después, y yo no soy capaz, en el final, de decir nada que no venga de su inspiración para despedirlo con dignidad, para soltar la paloma blanca hacia el infinito y que vuele, que vuele, que se eternice como su poesía.


Oh hermano
desprendido del cielo,
tras la tierra feroz que te rodea
bebo orillas de humanidad,
te escucho a ti que sufres.
Yo también. Junto a tu cuerpo espero
que aves ruinosas hallen al fin
espacio en la inmensidad
Lealtad (Retorno a la creatura, 1957)

noviembre 03, 2006

Veintiocho


28 años. Sí carajo, 28 veces sentado aquí y tratando de reducir los recuerdos a flashbacks que se esfumen y lloren al lado de las piedras, al lado fauno que se ata a su flauta desde la cumbre de su falo cibernético. Los delirios no son casualidad, de ninguna manera. Aquí no hay casualidades, aquí hay enfermedades, cumbres solteronas de la soledad y el empobrecimento sistemático de las funciones rígidas del hombre. Manos sacadas de pronto de entre otras manos, cuando no desean que onanistas articulaciones, imitaciones de pubis, deslicen sus humores sexuales en el cetro feudal que tengo entre las piernas. Imágenes idiotas que someten juntos fantasía y realidad, la cinematográfica membrana de mi psicodelia de eléctrica textura, la anestesia más maniática del universo longitudinal que le entrometo al mundo por el culo.
Verdad suena manido ya. Estrépito y sonido mentira. Estampidas aladas en que bestias infames nos desangran en un porque. El cerebro se aconeja de tanto hueso roído lamido en demencia, cercenado en demencia. El cerebro demente raído por la epilepsia de mañanas y noches completas en cada grieta de sus culminaciones. El escupitajo mayor que vuelve del cielo para bendecir en su verde espesor de sinsabores, sangres, lunas llenas y llunas lenas, sueños saltimbanquis que araño en el calamitoso caer de mi estructura; son vueltas de 180 grados a la fotogenia infame que me cuelga hoy en todo mi gesto de muerte.
(son 28 gestos de muerte)