CON EL CAÑÓN EN LA BOCA

Un espacio para el desahogo, para el ahogo, para la soledad, para la compañía, para perder el control y retomarlo, para perderse completo y reencontrarse a medias, para ser un personaje y ser el autor al mismo tiempo, para gritar desaforado todos los silencios.

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Nombre: Ricardo Hinojosa Lizárraga
Ubicación: Miraflores, Lima, Peru

Comienzo esto a la edad en que otros han terminado todo lo que les quedaba por hacer en vida: Hendrix, Morrison, Janis, Cobain. Que poco pueden parecer a veces 27, cuanto pueden significar en otras ocasiones. Fuera de eso, ya cumplí con los rituales del colegio y la universidad, el de los vanos intentos de socialización, el de la escuela de vida que te prepara para saber adonde no volver, o como extraviarte totalmente en la búsqueda de ser individual y no borrego de modas y antojos circunstanciales. Aunque, a pesar de eso, prosiga ahora como todos, como uno más, ganándome el pan y trabajando, cumpliendo protocolos y horarios, aunque prefiera quedarme en casa, escribir según mi ánimo, darle curso al onanismo (el mental y todos sus hermanos), almorzar cuando no toque, escupir al cielo eventualmente o sencillamente chasquear los dedos frente al público y hacer mi gran desaparición. A pesar de todo eso, estoy aquí, sacando bien, siempre con el cañón en la boca, tentando el número final que me haga perenne.

setiembre 26, 2007

El resto…es silencio


Ha sido muy difícil empezar este obituario tardío para quien fuera uno de los más grandes artistas de todos los tiempos. Ha sido muy difícil empezar porque lo más consecuente sería no rendirle un lejano tributo con palabras, sino con mi silencio. Ese silencio que lo hizo grande, magistral y definitivo entre virtuosos de distintos rubros. Fue difícil también porque hace unos días escribí sobre la muerte de la que quizás fue la voz más grande de todos los tiempos y hoy me refiero a quien no necesitó la voz para ser genial. Tanto así, que se dijo muchas veces que su personaje emblemático, Bip, "lograba en menos de dos minutos lo que la mayoría de los novelistas no logran en volúmenes".
Hoy, Marcel Marceau ya no está más entre nosotros, aunque siempre estuvo más allá de nosotros. Hoy esa flor roja, ese carácter frágil de la vida que llevaba siempre entre las manos, ese maquillaje blanco y su aire de payaso legendario, han pasado a convertirse en patente de un arte que quizá muera con él, el mimo. “Bip es un Quijote que se bate con los molinos de la vida actual”, dijo alguna vez el mismo Marcel de su personaje. Porque sí, porque el creador no era una fantasía interactiva en cine mudo, era tan humano como nosotros, como aquellos quienes necesitan los gritos para llamar la atención, esos para los que los silencios más trascendentes no significan nada. Para él significaban todo, y por la misma sensibilidad que uno puede apreciar aún en los videos que quedan de sus actuaciones, queda en evidencia cuán humano era. Quizás más que nosotros y quizás por ello la velocidad de su espíritu indomable decidió prescindir del freno que impone la palabra, colocando en sus gestos, en el camino que sus manos recorrían en el paisaje minimalista que su imaginación proponía durante sus performances, en ese traje a rayas que no lo hacía prisionero, sino lo liberaba, su mensaje para el mundo.
Dando vueltas por la Internet, más allá de priorizar aquellos datos biográficos que nunca se mencionan durante la vida, sino póstumamente, consideré que una anécdota en especial lo simplifica y lo exalta, al mismo tiempo, como hombre. Porque cuando dos personajes se encuentran chocan dos mundos y no siempre colapsan ellos, sino hacen colapsar a los testigos y su entorno, de muchas formas imaginables, exteriores e interiores. Y cuando Bip y Charlot se encontraron, Marcel Marceau y Charlie Chaplin, crearon un universo nuevo en ese espacio. Aquí lo cuenta Marcel: “Roger Vadim estaba rodando Barbarella y me pidió que hiciera un papel. Fui al aeropuerto de Orly con dos periodistas camino al rodaje. Vi a Charlot con cinco de sus nietos. Para mí, era un dios. Yo no sabía si me conocía. Hablamos largo rato y los dos imitamos a Charlot. Fue formidable. Cómo lamento haber dicho a los fotógrafos que no me acompañaran, pero no quería que Chaplin pensara que quería hacerme promoción a su cuenta. Al final, le dije que no podía expresar con palabras lo que sentía por él porque yo todo lo expreso sin palabras. Así que cogí su mano y se la besé. Y a él se le llenaron los ojos de lágrimas. Charlot estaba casi olvidado en 1967. Los niños no le pedían autógrafos. Llevaba años que no hacía películas. Yo representé a todos los cómicos que le rendían homenaje. Para mí es un recuerdo inolvidable.”

Fue difícil comenzar este post acerca de este hombre/mimo que llegó al silencio rotundo este último sábado y es más difícil aún continuarlo después de esta historia. Probablemente, lo más encantador sería enfundarse el traje de Bip, apagar las luces, ponerse el dedito índice en la boca cual enfermera solicitando silencio y proceder a iniciar el largo camino en que la oruga se transforma en mariposa, o mejor dicho, en que la palabra se vuelve silencio.

“La gente me dice que mi silencio hace bien. Cuando empecé hace 50 años la gente me decía cómo se va escuchar su silencio en medio de los ruidos del mundo. Yo respondía, no es un silencio, son los gritos del silencio. Hay una musicalidad incluso en el silencio. La poesía del gesto crea una musicalidad en el alma del público”.
Marcel Marceau

Sus funerales tuvieron lugar este miércoles en el cementerio parisino Pere Lachaise, en presencia de unas 300 personas. Sin embargo, somos miles quienes lo extrañaremos, entre los que estamos aún y los que están por venir, porque su arte se heredará, como el silencio es herencia del viento.

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setiembre 20, 2007

En la selva si hay estrellas

De la ventana del Boeing 737-200 solo puede verse, casi como un icono magnético, la imponente presencia del Huascarán. Son las 6 de la mañana y mientras la mayoría del país duerme, este coloso de nieve ya abre sus ojos, esas ventanas gélidas que dejan filtrar luz al mundo. Es la primera imagen importante en mi camino a Iquitos. Nada de verdor o anchos ríos aún . Pero eso cambiará rápidamente. Solo en unos minutos, la geografía ubicada miles de pies debajo de mi se va transformando con colorida frecuencia. Como si millones de orugas mutaran a voluptuosas mariposas en una sola imagen explotando frente a mis ojos. “Ricas montañas, hermosas tierras, risueñas playas…Fértiles tierras, cumbres nevadas, ríos, quebradas, es mi Perú”, pienso. Y el vals de Manuel Raygada toma mayor sentido cuando bajo del avión. Llegar en ese vuelo al corazón de la selva peruana es el mejor tour de una hora que puede hacerse a través de la variada superficie de nuestro país. Una vez en Iquitos, el deber es dejar esa superficialidad en los aires y volar hacia lo más profundo de su calidez.

Y es esa calidez justamente la que me recibe. La música que se oye en el camino del aeropuerto a la ciudad empieza a darle carisma al lugar. Esas tonadas tropicales te remiten a la prestigiosa alegría del poblador charapa y te invitan a compartirla. Las casas rústicas, construidas con más sudor que habilidad ingeniera, son quietos testigos del ir y venir de los mototaxis, convertidos casi en otro atractivo turístico de la ciudad. La piel y la coquetería de la mujer local, repetida una tras otra en una larga avenida, pero con rostros y edades distintos, roba espacios en las retinas de los recién llegados. Roba espacios, muerde labios y hace transpirar.

Para aquel que anda perdido en el espacio, Iquitos es la capital del departamento de Loreto, y se ubica en la provincia de Maynas, en pleno corazón de la selva nororiental del Perú. Dada su difícil geografía, no cuenta con carreteras, y su comunicación es por vía aérea o fluvial. La gran mayoría de sus pobladores son descendientes de naturales de tribus selváticas regionales y del mestizaje. Quizá uno de sus atractivos más importantes radique en la enorme cantidad de mitos y leyendas que encierra su atmósfera, aquella que atrajo a través de los siglos a la más variada gama de visitantes, viajeros y exploradores (sin contar centenares de bribones, prófugos de alguna corona imperial, colonizadores, buscadores del oro de Paititi, explotadores de caucho y curas dizque evangelizadores). Algunos volvieron para contarlo, algunos para exagerarlo y otros no volvieron nunca, dándole origen a grandes misterios.

Pero yo no vine con la disposición de Lope de Aguirre o Fitzcarraldo, con una hoz para abrir nuevos senderos, la brújula desorientada, el ansia de contratar a un guía oriundo que me acerque a tribus legendarias que reduzcan mi cabeza o una desesperada y babeante necesidad de ayahuasca, la planta mítica por excelencia. Aquella que afiebró a grandes escritores como William Burroughs y Allen Ginsberg (Nota: Leer Cartas del Yagué). No. Vine con un objetivo un tanto más terrenal, más de periodista asalariado que huye unos días de la urbe con el pretexto pendejísimo de tomar unas fotos, comprar exóticas artesanías y emplearme como catador oficial de su cerveza regional, la encandiladora San Juan. En ese sentido cumplí mi cometido con creces. La labor era fácil. Una de las muy prestigiosas empresas de turismo local quería difundir sus nuevas ofertas y la calidad de su recorrido a través del insondable Amazonas. Me ofrecieron 5 días de paseo por sus aguas en uno de sus cruceros, con todo pagado, por solo registrar unos cuantos momentos Kodak y poner esas fotos en la publicación para la que trabajaba. Habría que estar demente para ponerle peros a semejante oferta. Así que entre clic y clic, cerveza y cerveza y páginas y páginas del Don del águila de Carlos Castaneda (convertido en mi vademécum en dicha travesía), mi trabajo se fue cumpliendo solito en el inmejorable escenario de ese fantástico monstruo fluvial. A los hermosos parajes, sonidos y energía natural podría sumarle la inigualable contemplación de los delfines rosados, que conste apreciados sin ningún motivador sicodélico (tengo testigos), y de aves que seguro escapan a la clasificación de los catálogos de PromPerú.

Los truenos, los relámpagos y la lluvia cayeron con insistencia cada noche, tanto que aluciné en un momento de locura, ver a un desesperado y achacoso Noé empezar a meter parejitas de otorongos, ronsocos, monitos fraile, o cualquier otra especie de las que habitan esta región del Perú, dentro de la barcaza que me daba techo. Felizmente el único diluvio fue ocasionado por los litros de espumosa San Juan que llegaron a mis fauces. Pero, a pesar de alguna noche de pachangueros embriagos en el Noa (la inacabable discoteca estrella de Iquitos), y a pesar del carácter pintoresco de la juerga local, mi carácter naturalmente bohemio prefirió la naturaleza al recorrido urbano. Una ciudad es una ciudad en cualquier lugar, y puedes recordar sus maravillas al revisar tus fotos, pero la belleza que ofrece el Amazonas se queda en tus ojos por siempre. No por gusto el gran poeta nicaragüense Ernesto Cardenal afirmó recientemente, en su segunda visita al majestuoso río, que quisiera ser recordado como el “Poeta del Amazonas”.

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setiembre 06, 2007

Él era un gordo bueno


Hace unas horas, la voz más maravillosa del bel canto contemporáneo, dirigió sus do de pecho hacia el cielo. Un cáncer de páncreas hizo eterno a Luciano Pavarotti.




Che bella cosa na jurnata 'e sole!...
N'aria serena doppo a na tempesta...
Pe' ll'aria fresca pare giá na festa...
Che bella cosa na jurnata 'e sole!...
(Qué bella cosa es un día de sol
Un aire sereno después de una tormenta
Por el aire fresco parece una fiesta
Qué bella cosa es un día de sol)


Cuando se habla del mejor grupo de rock de la historia, muchos escogen a los Beatles y otros a los Rolling Stones. Cuando se hace referencia a la mujer más bella del mundo, algunos escogen a Mónica Bellucci y otros a Scarlett Johansson. Cuando de fútbol se trata, para unos el mejor es Ronaldinho, para otros Kaká. Cuando no queda ningún resquicio de polémica es cuando se habla de la mejor voz de la ópera contemporánea. Si bien es innegable que Plácido Domingo y José Carreras fueron sus ideales lugartenientes, Luciano Pavarotti se lleva la corona por unanimidad. En ese sentido, queda claro que para la lírica, el siglo XX comienza con Enrico Caruso y termina con el divo italiano.
Algunos puristas criticarán la cercanía que el tenor empezó a tener con la música pop desde los años 90, pero esos mismos tendrán que aceptar que, gracias a eso, hay más amantes de la ópera en los más insospechados confines del mundo. Más aún hoy, cuando el ciudadano italiano más célebre del planeta abandonó por completo su cuerpo para convertirse plenamente en una voz que surcará los vientos por la eternidad.

Cuando un 12 de octubre de 1935, vino al mundo en Módena, Italia, un pequeño y rollizo niño, pocos imaginaron que la garganta que profería interminables berridos y agúes, pronto se convertiría en la más cotizada del mundo y envolvería a los mortales con su canto. Los detalles biográficos de sus éxitos en los años subsiguientes son casi incontables, tanto como la universalización de su nombre e imagen o las interminables ovaciones que recibió en vida, que incluyen un récord Guiness, tras haber sido aplaudido durante más de una hora al final de un recital en la Ópera de Berlín en 1988.
Si bien es cierto que Pavarotti consolidó su fama y prestigio en los años 70, para muchos en estas latitudes no fue un rostro conocido sino hasta más de 20 años después, cuando sus colaboraciones con José Carreras y Plácido Domingo para cantar en los mundiales de fútbol de Italia 1990, Estados Unidos 1994 y Francia 1998, lo llevaron a la cumbre de la popularidad universal.

En 1995, Lima se vio sorprendida por el arribo de quien fue conocido como “El tenor de los pobres”. Un concierto multitudinario en el Jockey Club (con entradas desde 5 dólares) quedaría para la historia. Nunca antes se había aplaudido por igual desde las butacas VIP y los establos.

Pero la vida de Luciano Pavarotti no era solo ópera. Era también un amante del fútbol y un convicto y confeso hincha de la Juventus de Turín. Amaba la pintura y colaboraba con múltiples obras benéficas, una de las cuales lo llevó a celebrar en reiteradas ocasiones sus famosos recitales “Pavarotti and friends”, en los que cantó con figuras tan diversas como Bono, Eros Ramazotti, Bryan Adams, Mike Oldfield, Lou Reed, Eric Clapton o Elton John.

Aquellos que disfrutaron su voz, la música, la interpretación, el alma que este hombre afable, rellenito y carismático ponía en cada tema, saben que hoy no se ha ido solo un cantante más. Saben que cuando se recuerde su memoria, no deberá pedirse un minuto de silencio, sino horas y horas de arias interminables y transfusiones de ópera para darle vida a una sangre que pedirá vibrar con Torna a surriento, Nessun dorma, O sole mío o La donna e Móbile.

De todos quienes se han despedido hasta ahora del inolvidable Luciano Pavarotti, guardo la frase del tenor francés Roberto Alagna: 'Si ser tenor es una religión, él era el Mesías. Nos mostró el camino'.

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setiembre 05, 2007

GAME OVER, Capítulo 1



No hay/ no hay futuro,
No hay/ no existes tú
LEUZEMIA

Soy un perdedor,
(I´m a loser baby)
So why don´t you kill me
BECK





1


Estoy aburrido de mi vida. Sí, completamente aburrido de vegetar en este cuarto de mierda que me costó mucho intentar desmierdizar aunque sea por ratos, matizando la brevedad de iluminación y el acento de patetismo propio de su ambiente, con uno que otro póster de una que otra mierda brillante del Rock and Roll. Porque, si bien es cierto que nunca estuvo entre mis deseos protagonizar este caos, tengo a mi alrededor lo único que pude obtener. Esta luz tenue que alberga en mis propiedades lo perdido, es todo lo que tengo ganado. Y el premio máximo es esta habitación technicolor en la que se desplaza la insatisfacción y me corretea entre las sombras, día a día, noche a noche y tristeza a tristeza. Un cuarto cuya ornamentación parece tan inútil, como el maquillaje en el rostro de una vieja decrépita. Flores vertebradas en una tumba vacía.

Todo parece indicar que estoy sumergido en un aislamiento inclemente sí, pero voluntario. Sí carajo, voluntario, deseado y necesario para omitir las preguntas de los vecinos, los amigos y las amiguitas sobre el estado actual de mi vida. Voluntario putamadre y hasta masoquista, pues ni mi madre a la distancia, ni mi abuela que vive conmigo, nadie finalmente, me obliga a permanecer tanto tiempo aquí encerrado (a no ser que la vergüenza cuente).
Quizá si no permaneciera tanto aquí, quizá si todo fuera como antes, cuando nadaba a la par de la corriente mimetizado en el cardumen, con mi vocación de salmón disimulada, la especie de mazmorra en la que se ha convertido esta habitación sería más cómoda, más acogedora y haría menos trágicos mis pensamientos autodestructivos. Porque esto de tener 26 años y no dejar de sacarle y secarle las lágrimas a mi pena más genuina, de seguir maldiciéndome encerrado y desempleado, abandonado y sucio casi sin percatarme, como un zorrillo hippie carente de olfato, tiene que terminar en algún momento. Tiene que terminar esta contemplación de ciego que hago a mi destino, huidizo, negado, sordo hiperactivo que busco con desesperación en lugares cada vez más inverosímiles: el fondo del vaso de cerveza, la cuchara titilante y vacía frente a mi boca, el espasmo de horror entre canción y canción de un mismo disco, la amarga mentira de “recordar” lo que nunca seré.
Tienen que terminar ¡y de una vez¡ todas estas fugas imposibles a paraísos con los que sueño a escondidas, diletantes mentiras inscritas en las fotos de esos paisajes europeos de perfección, presentes en los graciosos calendarios que a mi buena abuela le obsequian en algunos bazares (por amiguera que es). De esos que ella religiosamente colecciona, tanto como colecciono yo mis propias imágenes – imágenes y semejanzas - de melancolía ante ellos, ante esos lugares que nunca jamás podré conocer. Y, aunque tenga que aceptarlo, la verdad es que seguir observando bajo sus pies esos meses anteriores, de los años anteriores, engendros de malditos días anteriores, sin haber logrado nada con mi vida, no es la voz, no pone.

Aunque cierto es, también, que existen algunos paliativos. A ratos la música, las chicas paracaidistas que capturo en mi trinchera, mis alados amigos ojo-rojo, la cerveza barata o invitada, el humo espeso de mi más usual escapismo, o un buen filme sin final feliz, maquillan mucho mejor la miasma alrededor mío. Pero igual, eso no evita que me sienta como The Bubble Boy , el muchacho que, a causa de una extraña enfermedad, no podía abandonar la burbuja que le daba el único oxígeno puro posible y con ello, la posibilidad de vivir. Y al igual que al personaje debe haberle sucedido, se posa en mi hombro el negro y ponzoñoso cuervo de la pregunta: ¿qué vida vale la pena vivir así?

Mientras le doy de comer al cuervo un poco de silencio, me pego tratando de evitar mi propio exorcismo en los 11 minutos de agonía con que los Doors convulsionan esta habitación a un máximo volumen –eco, gruñido y personalidad de sus paredes- y buscando las huellas de la ronda policial que ciertas cucarachas, aguachentas como vedettes de diario chicha, hacen estratégicamente alrededor de las cuatro patas de mi cama cada noche, como buitres oliendo un ojo a punto de morir en medio del desierto. Como buitres saboreándose con sorna.
No me queda más que ignorar todo eso y volar un rato en las simpáticas ensoñaciones de grass a las que me acostumbré desde universitario, aquellas que suelen mostrarme sonriente y triunfante, listo para vencer la adversidad, aunque en este momento mis párpados cerrados y volátiles no parezcan propicio ecran para proyectar optimismo…
(♫Desperately in need/of some stranger´s hand/in a desperate land...el balbuceo de Morrison, - el más bendito de los incoherentes, el más maldito de los santos - , va apagándose en las ráfagas de ácido vertidas desde el órgano que Ray Manzarek seduce con religioso fervor. Mi suerte se silencia junto a ese balbuceo…This is the end/my only friend/the end... Al parecer no hay himno justo o lógico que me libere de este destino de irremediable derrota…This is the end/ beautiful friend/the end… Ya las cosas, al perder sentido, lo cobran más realmente que nunca. Abrir, cerrar los ojos. Ganar, perder la vida…Come ride with me/ across the sea/ endlessly…lloro mi derrota desde el primer respiro del juego y el pañuelo que me asea a posteriori, es el tablero cachaciento de ese juego…Will i walk every morning with the haze down all my life?...Muchas veces juro que todo esto es mi culpa y me maldigo, pero entonces, la fiel comparsa de genios que me embriaga y me consuela casi a diario dentro de estas paredes (sí, mis alados amigos ojo-rojo), brinda nuevamente conmigo, me hace olvidar, transportándome en sus filosofías aéreas, mientras otros mienten mirando al cielo y diciendo que deje todo a los designios de quien lo gobierna - según el mundo que entiende el mundo - (¿y quién entiende al mundo?), un engominado Sumo Pontífice de la mentira, aquel hábil para complotar en tiempos de guerra, en centurias de casualidad y bendiciones de suerte, pues la maña es su trono. Algunas culturas suelen llamarlo Dios…Father, i want to kill you!♫). El cuervo muere de pronto y asciende a los cielos.
Abro los ojos y nada ha cambiado. No es más que otro día para pensar en el orden de prioridades para mañana, postergando alguna nueva decepción, buscando el momento y la posibilidad de crear una coreografía para mi aburrimiento, realizar un salto ornamental de diez puntos –o aunque sea un brinco cursi, pero efectivo- que matice la opacidad que viste mi existencia. Alguna actividad extracurricular en la Escuela del Ocio, algo que pase la monotonía por el water y mande a volar la monogamia que la señora soledad y yo ostentamos desde que nos conocimos y nos flechamos. Mientras tanto, intento aplicar originalidad a mi bitácora diaria y la realidad, rebelde e indómita - como una H elevando su voz de protesta -, se va escurriendo de la prisión que le he creado, pateándome el culo y apagando la humeante tele de mi stoneada.

- Oye huevón –me ronronea-
¡Mañana tienes que ir a buscar trabajo, tienes que enviar tus curriculums, tienes que tocar puertas!...
- ¡Putamadre! – respondo sin responder, mudo y chupándome un diente –
Otra vez la misma mierda, el mismo ir, tocar la puerta, saludar. “¡Hola!, ¿esta semana hay algún trabajo...que pague?” y el “deje su curriculum o envíe a este mail” que tanto me llega al pincho porque no es más que otro ejercicio inútil de aquellos que me han hecho ganador de sendos títulos nobiliarios a lo largo de mis 26 años de experiencia en las duras lides del fracaso. “Lord Inútil”, “Marqués de la nada”, “Duque del abandono” y “Príncipe de los 7 mares de mierda” en que se transformó la ilusión de futuro. Así he de ser presentado en sociedad. Claro, si es que la sociedad aún espera algún tipo de presentación de mi parte o si me lo permite. Aunque, ahora que lo pienso, si la presentación en sociedad de las quinceañeras es tan ridículamente pomposa y ritual (y claro, alcohólicamente jugosa para algunos asistentes) me pregunto, cómo sería la presentación en sociedad de un “Lord inútil” prototipo, un “Loser king” en la justa y exacta medida de la palabra, como dicha por un sastre del verso a fuerza de desnudar innumerables defectos. ¿Cómo sería esa presentación en sociedad?, me pregunto oficialmente. Y las posibilidades van invadiéndome sin invitación.

Lo primero que se me viene a la mente, después de cinco toques (las simpáticas ensoñaciones de grass se van haciendo recurrentes), 20 minutos de divagaciones y algunos tragos de cerveza imaginaria, -que para abreviar llamaremos saliva- es una ceremonia que guarde cierta similitud (con algunas readaptaciones, eso sí) con el mencionado quinceañero.
Pero antes quisiera saber si sería posible, si habría alguna manera, en estos tiempos de tecnología digital, internet y clonación, para saber de antemano, siguiendo cierta pauta de comportamiento, qué chicos pintan para perdedores irrecuperables desde sus primeros años de interrelación humana. Una especie de Minority Report en la que puede detectarse antes del hecho, no a un criminal como en la película, sino a un zángano en ciernes, a un estigmatizado del fracaso y llevarlo al centro de su propia fiesta de presentación en solemne merengón familiar, con trencito básico incluido, para que cante la canción de moda de RADIO PACHARACA auspiciada por “Loser Vocation, el magazine de hoy para el perdedor de siempre”, en el que el engreído de la casa pinta para portada, y para repetirla sin asco, misma Pamela Anderson en Playboy.

Si fuera así de sencilla la detección nos ahorraríamos problemas, es cierto, pero perderíamos todos esos momentos que alimentan tanto nuestro morbo y nuestra bestialidad de animales sociales. Aquellos en los que vemos al sujeto en cuestión sufriendo, maldiciendo, sorprendido por su mala suerte, por su mal karma. Desayunando frustración mientras desenreda impaciente el Breakfast in América que se comió su casetera hace ya varias borracheras atrás, hace ya varios desayunos americanamente amargos. Después de todo él es también un supertramp, un súper vagabundo sin posibilidad de cambiarle el rumbo a su destino.
Quiero que quede claro lo que digo. Si conociéramos antes a los condenados solucionaríamos el problema incluso sin plantearlo, pero perderíamos para siempre esa salvaje satisfacción carnívora de ver al otro fracasar sin haber sabido desde antes que ese fue siempre su destino, anonadado e histérico, como yo, de vuelta a la realidad en este cuarto de mierda. Cuarto de mierda que es en realidad mis 70 kilos de mierda/peso, abandonados a su suerte en una habitación/bacenica.


- Carajo, sigo solo, hace frío y estoy flaco.

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