CON EL CAÑÓN EN LA BOCA

Un espacio para el desahogo, para el ahogo, para la soledad, para la compañía, para perder el control y retomarlo, para perderse completo y reencontrarse a medias, para ser un personaje y ser el autor al mismo tiempo, para gritar desaforado todos los silencios.

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Nombre: Ricardo Hinojosa Lizárraga
Ubicación: Miraflores, Lima, Peru

Comienzo esto a la edad en que otros han terminado todo lo que les quedaba por hacer en vida: Hendrix, Morrison, Janis, Cobain. Que poco pueden parecer a veces 27, cuanto pueden significar en otras ocasiones. Fuera de eso, ya cumplí con los rituales del colegio y la universidad, el de los vanos intentos de socialización, el de la escuela de vida que te prepara para saber adonde no volver, o como extraviarte totalmente en la búsqueda de ser individual y no borrego de modas y antojos circunstanciales. Aunque, a pesar de eso, prosiga ahora como todos, como uno más, ganándome el pan y trabajando, cumpliendo protocolos y horarios, aunque prefiera quedarme en casa, escribir según mi ánimo, darle curso al onanismo (el mental y todos sus hermanos), almorzar cuando no toque, escupir al cielo eventualmente o sencillamente chasquear los dedos frente al público y hacer mi gran desaparición. A pesar de todo eso, estoy aquí, sacando bien, siempre con el cañón en la boca, tentando el número final que me haga perenne.

junio 27, 2008

Ácido un gusto, Mr. Hofmann


Provoca angustia, vértigo y visiones sobrenaturales, al mismo tiempo que un profundo sentimiento de felicidad y paz”, fue lo primero que anotó en su bitácora en 1943, tras descubrir, quizá casualmente, una de las sustancias más polémicas de todos los tiempos, el LSD. Albert Hofmann, sin saberlo, determinaba con ello cambios sustanciales en el mundo futuro, más allá de lo que piensen sus detractores. Hace unas semanas, el venerable científico inició la más alucinante experiencia de su vida, abandonando los límites de este mundo a sus bien viajados 102 años.


Era el 16 de abril de 1943. Los bombardeos y las invasiones castigaban a Europa, pero el apacible, puntual y metódico Albert Hofmann realizaba sus investigaciones pacíficamente en la neutral Suiza. Mientras estudiaba los alcaloides del tizón del centeno[1] tratando de crear un estimulante circulatorio y de la respiración y ya habiendo desechado 24 compuestos previos, el número 25 traería consigo una sorpresa inconcebible para él – y para cualquiera - hasta ese día. Unas cuantas gotitas cayeron sobre su manga, produciéndole efectos como los descritos líneas arriba, sumados al movimiento de objetos en el espacio, la multiplicación de las perspectivas visuales, apreciación caleidoscópica, desdoblamiento y otras alucinaciones que, años más tarde, serían determinantes para transformaciones sociales inimaginables, además de las evidenciadas tanto en las artes plásticas, como en la música y la moda. Probablemente, sin Albert Hofmann y su formidable descubrimiento, nunca hubiera existido la generación hippie, la psicodelia, Pink Floyd o los polos de batik, y los Beatles jamás hubieran pasado de cantar Love me do. Así de simple.


Hofmann in the sky with diamonds
A pesar de haber sido el gurú Timothy Leary la personalidad más destacada en cuanto a militancia y exhortación al consumo libre del LSD (diatilamida de ácido lisérgico), sobretodo por su participación en los tumultuosos 60 como impulsor de las comunidades hippies y al ritmo del mantra turn on, tune in, drop out (algo así como préndete, sintonízate y tírate), es Hofmann el factor decisivo de esta historia. La parafernalia colorida y propagandística vino después del descubrimiento efectuado por el químico y humanista suizo, quien, no contento con repetir sus pruebas días después de ese histórico 16 de abril, mientras trabajaba en los laboratorios Sandoz, retó a la suerte haciendo un ya mítico regreso de su trabajo a su casa en bicicleta, acompañado por un asistente, y en la plenitud de su estado alucinatorio. Las mismas praderas suizas que años después verían juguetear a Heidi con su cándido y bonachón abuelito en los dibujos animados, contemplaron impávidas el primer viaje ácido “consciente” de la historia, en la vida real. “En el camino, mi condición comenzó a tomar formas amenazadoras. Todo en mi campo de visión ondeaba y estaba distorsionado como si lo viera en un espejo curvo. Tenía, además, la sensación de estar incapacitado para moverme de mi lugar, aunque mi asistente me dijo más tarde que viajamos a gran velocidad”, escribió Hofmann tiempo después sobre su trayecto, sentenciando la narración explicando la “idea llena de amarga ironía”, que tomó forma en su cabeza: “si ahora era forzado a abandonar prematuramente este mundo era por culpa del ácido lisérgico que yo mismo había traído al mundo”.
Ya en los años de posguerra, el LSD fue producido industrialmente bajo la forma de pastillas y ampollas por Sandoz entre 1947 y 1966 (con el nombre de Delysid), aunque su acceso estaba limitado a los doctores y enfermeras que lo utilizaban como una sustancia para tratamientos psiquiátricos y neurológicos. Presumiblemente, esa fue una etapa dorada para esos pacientes. Pasar de la lobotomía y los electroschoks a una dosis de LSD debe haber sido, irónicamente, una locura.


Viaje al seso de la tierra
Visiones supuestamente divinas o místicas, incontables colores apareciendo dentro de la cabeza, girando incesantemente como un alocado disco de Newton, sonidos que se podían ver, colores que se podían saborear y toda una gama de emociones y sensaciones magnificadas y hermosas, son las cualidades más mencionadas de un viaje ácido, de un trip. Uno de los primeros pacientes en hacer pública su experiencia terapéutica con LSD fue el actor Cary Grant, quien en 1961 declaró que el tratamiento había cambiado su vida: “Siento que ahora me comprendo realmente a mí mismo. Antes no era así. Y al no comprenderme a mí mismo, ¿cómo esperar comprender a los demás? Sencillamente, he vuelto a nacer”. Al parecer, tras los usos terapéuticos, algunos círculos intelectuales empezaron a consumir el LSD para potenciar las posibilidades de su cerebro. Alguna gota también le cayó casualmente – o no – a Timothy Leary y el resto es historia. En Harvard, donde él trabajaba, comenzaron experimentos entre graduados, luego entre estudiantes y luego salieron a las calles. Y como siempre que ven a la gente divertirse, las autoridades estadounidenses no dudaron en emitir inmediatamente una orden de prohibición contra el LSD – que hasta entonces era legal -, seguida de una intensiva campaña mediática, a la que Leary respondió “El próximo siglo nadie te preguntará que libros lees para aumentar tu cultura, sino que químico usas para potenciar tu mente”. Hofmann por su parte, aseguró que “después de mi primera experiencia traté de buscar una explicación. Cada individuo que experimenta LSD entra en otra realidad, viendo cosas de una manera aún mas real. Hasta ese día, yo creía que existía una sola realidad. De pronto experimenté otra. Intenté entender científicamente cómo podía suceder eso. Entonces, me dije que para que la realidad exista, uno tiene que experimentar lo que no existe”.


Los Psycho patas
“El ácido color café que está circulando no es bueno. Les rogamos que no lo tomen de ningún modo. Estén alerta”. La fresca advertencia de los posibles daños de un ácido de mala calidad se dio no entre un grupo de amigos o un círculo pequeño de consumidores. Los más acuciosos recordarán que la frase de marras se dice a todo pulmón, ante medio millón de espectadores, en pleno festival de Woodstock. El LSD ya era un fenómeno de masas y la psicodelia configuraba toda una cultura popular. Haight-Ashbury, el célebre barrio hippie de San Francisco, fue el primer lugar donde se vendió abiertamente, como quien dice, con concha, pana y elegancia. Y las influencias de la sustancia estaban flotando en el viento, como diría Dylan, quien ya buscaba a su Tambourine man para que le trajera suculentos trips, mientras se sentaba a escuchar a The Beatles y a ver el cielo donde Lucy estaba con diamantes. Curiosamente la polémica debatida largamente acerca del significado de esta canción (si no lo sabías, de Lucy in the Sky with Diamonds se dijo que era apologética del consumo del LSD, pues lo representaba en las siglas del título y hablaba en su letra de sueños de mandarina y cielos de mermelada, entre otros alucines) le dio fama mundial a la criatura de Hofmann. En la época, músicos como The Doors, el Pink Floyd de Syd Barret, los Rolling Stones de Brian Jones, Jimi Hendrix, Grateful Dead, Santana, Jefferson Airplane, The Animals, entre otros, vieron sus composiciones y sus vidas profundamente influenciados por el ácido lisérgico. Varias estrellas de cine también mostrarían abiertamente su lado psicodélico. El mismísimo Jack Nicholson escribió una película llamada The Trip, dirigida por Roger Corman y protagonizada por esos dos joyones de antología llamados Peter Fonda y Dennis Hopper, quienes poco después dirigirían la representativa Easy Rider, donde se muestra la que es quizá la mejor escena cinematográfica de un viaje ácido. Y los grandes intelectuales tampoco se quedaron atrás. Luego de entablar amistad con el buen doctor Hofmann, Ernst Junger, considerado uno de los pensadores más sobresalientes del siglo XX, influenció toda su obra subsiguiente en las revelaciones de su descubrimiento psicodélico (“Ernst Junger disfrutó del despliegue colorido de imágenes orientales; yo estaba de viaje entre tribus bereberes en el norte de Africa”, escribiría Hofmann tras su primer trip juntos). Y cómo olvidar al escritor Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz y Las puertas de la percepción, quien, llevado a la postrimería de su vida a causa de un doloroso cáncer, le solicitó a su esposa emprender, literalmente, su último viaje. Muy diligente ella, le administró 100 microgramos de LSD. Huxley murió en paz y sin dolor. Otros, como el escritor Ken Kesey, el descubridor del ADN, Francis Crick, y los patriarcas cibernéticos Steve Jobs y Bill Gates, también le aplicaron sin miramientos. ¿Que hacía Hofmann mientras tanto? Reforzaba su aspecto de investigador humanista, concentrándose en el estudio de numerosas plantas originarias de Sudamérica y México causantes de efectos similares al LSD y utilizadas en ceremonias mágico-religiosas desde épocas precolombinas. Entre ellas, ayahuasca, san pedro, el peyote y toda una serie de hongos alucinógenos. A la vez, era un luchador incansable por la legalización del que llamó su “niño problema”, con fines terapéuticos y de estudio. Mientras varios gobiernos la combatían, él afirmaba “¿Qué tal si en vez de hablar tanto sobre la guerra contra las drogas habláramos un poco sobre las drogas que podrían acabar con las guerras?”.


Papá cumplió cien años
Gente de todas las áreas del conocimiento - y del desconocimiento - la había consumido. Desde Junger hasta un vagabundo desconocido en alguna calle oscura de San Francisco o Tánger, millones habían ingerido LSD en gotas, cartoncitos sin carisma o simpatiquísimas presentaciones de colores y dibujos, con la cara del Tío Sam y hasta la de Bart Simpson: unos creyendo que contribuiría a ensanchar la cordura y otros que permitía desatar a voluntad la demencia. Hofmann continuó por mucho tiempo desarrollando trabajos que representan la unión entre el mundo científico y el mundo de lo trascendente. Aunque la noticia le pareció a muchos la exageración de una leyenda urbana o una malévola broma producto de la mente traviesa de algún redactor de la revista High Times, en enero del 2006 cumplió 100 años, afirmando que él y su infranqueable salud, eran la mejor representación de que el LSD no hacía los daños que las autoridades afirmaban. Distintas organizaciones de defensa del compuesto, intelectuales de la mente y músicos como Eric Burdon de The Animals, asistieron a la conmemoración de su centenario, ofreciéndole un homenaje y organizando una serie de conferencias sobre la sustancia y sus efectos en la sociedad del siglo XX, donde los entendidos en materia lisérgica se despacharon a su gusto en una celebración que se prolongó varios días en Basilea, Suiza. Posterior a la tortita y el Happy Birthday de rigor, Hofmann aseguró que su mayor deseo era que la ciencia pudiera volver a experimentar e investigar con LSD, pues “los sacerdotes de nuestro tiempo son los psiquiatras, y a ellos se les debería permitir su uso con fines terapéuticos”.

Para muchos fue una especie de Dios. Puso la inocente sustancia en un Paraíso Terrenal donde los hombres serían, al fin y al cabo, árboles del bien y del mal que decidirían los sucesos futuros. Sacó de sus costillas al gurú Timothy Leary para que los tiente serpenteando los años sesenta, donde solo la adicción sería un pecado mortal. El último 29 de abril, una de las personalidades más fascinantes de todos los tiempos, humanista y visionario por sobre todas las cosas, se nos adelantó, como siempre hizo, en el viaje más fascinante de todos, a los 102 años. Have a nice trip, doctor Hofmann.


“Para mí la vivencia del LSD ha sido un abrir de mis propios ojos. Yo he tenido de repente mayor conciencia de que la creación puede vivenciarse de un modo mucho más grande, mucho más hermoso de cómo lo solemos percibir. Es un estado de embriaguez y de un verdadero éxtasis”.
Albert Hofmann
[1] Claviceps purpurea: Se trata de un hongo parásito que para su subsistencia necesita desarrollarse principalmente en el ovario de las flores del centeno, aunque en determinadas ocasiones puede presentarse en otros cereales.
NOTA: Artículo publicado en la edición número 10 de la revista Dedomedio. Junio 2008