CON EL CAÑÓN EN LA BOCA

Un espacio para el desahogo, para el ahogo, para la soledad, para la compañía, para perder el control y retomarlo, para perderse completo y reencontrarse a medias, para ser un personaje y ser el autor al mismo tiempo, para gritar desaforado todos los silencios.

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Nombre: Ricardo Hinojosa Lizárraga
Ubicación: Miraflores, Lima, Peru

Comienzo esto a la edad en que otros han terminado todo lo que les quedaba por hacer en vida: Hendrix, Morrison, Janis, Cobain. Que poco pueden parecer a veces 27, cuanto pueden significar en otras ocasiones. Fuera de eso, ya cumplí con los rituales del colegio y la universidad, el de los vanos intentos de socialización, el de la escuela de vida que te prepara para saber adonde no volver, o como extraviarte totalmente en la búsqueda de ser individual y no borrego de modas y antojos circunstanciales. Aunque, a pesar de eso, prosiga ahora como todos, como uno más, ganándome el pan y trabajando, cumpliendo protocolos y horarios, aunque prefiera quedarme en casa, escribir según mi ánimo, darle curso al onanismo (el mental y todos sus hermanos), almorzar cuando no toque, escupir al cielo eventualmente o sencillamente chasquear los dedos frente al público y hacer mi gran desaparición. A pesar de todo eso, estoy aquí, sacando bien, siempre con el cañón en la boca, tentando el número final que me haga perenne.

agosto 04, 2006

Aquejado por LA NAUSEA



Pienso que últimamente he olvidado por completo como mirar a los hombres, - a esos millones de equivalentes para nada semejantes - con condescendencia. He olvidado la tolerancia envuelta en el pañuelo con que sequé mis más recientes decepciones. A veces pienso que sí, que es eso. Otras veces pienso que la gente que queda no vale la pena, no valen tanto como Mozart por ejemplo, aunque este también haya sido un tipo imperfecto, aunque yo lo sea. De todos modos ya no tengo más ganas de salir a caminar por la calle y ser feliz mezclándome con el vulgo. Sus decisiones democráticas me tienen sin cuidado, su moda la repudio ni bien la veo gestarse y sus canciones y bromas se me hacen terriblemente pobres.
Pero a veces es muy difícil ser un anacoreta, desconectar el teléfono, apagar el celular, desenchufar el intercomunicador del departamento, bloquear el blog, tapar la pantalla del televisor, no saber nada de nadie y que nadie sepa nada de mi, salvo las botellas que tengo bajo las sábanas. Un trago me da rápidamente iniciativa. Al menos hace que me asome unos segundos por la ventana de mi habitación, quizá envalentonado por que solo hay techos y desechos en ese paisaje, pero ni medio cuerpo antropomorfo que me recuerde mi náusea. En ese contexto las revistas pueden sugerirme un pecado, una vuelta rápida y sin retorno por el paseo de la nostalgia y la impotencia. Una portada muestra una mujer hermosa y la deseo de inmediato. Nunca la tendré, es obvio, pero quiero para mi ese derecho a desearla, a imaginármela presente a mi lado queriendo tan poco al resto de humanos como yo, despreciando todo lo que venga de ese mundo, aunque sus piernas, sus nalgas y sus senos vengan también de ahí y yo no deje de alimentarme de ellos. Supondré entonces en mi epifanía que todos los conceptos son estúpidos, que todas las convenciones tácitas que satisfacen tanto las expectativas enanas de los hombres son obsoletas y me dejaré llevar. Escucharé A saucerful of secrets y entraré en trance y creeré que es factible acabar de una vez con todo sin tener que ceñirme a la humanidad ortográfica de un punto final. No es necesario colocar un aviso en el periódico tampoco. Ponen aviso solo los que tienen aún un poco de dinero fuera del ataúd y aquellos que quieren más arreglos florales en los velorios de quienes ya nadie se acuerda. Tal vez vaya gente que no los conoció, tan anciana y tan sola que les gustaría al menos haber conocido a alguien que acaba de morir para tener un tema de conversación, un pretexto para no meterse también al ataúd de una vez y acompañar al finado en el viaje a gusanolandia. “Uy, si cuando éramos chicos hacíamos cada cosa” podrá decirles a los incautos que asistan, mientras frota con los dedos la taza de té. Y yo no estaré ahí para desenmascararlo. Yo estaré en mi casa, en mi silencio, en mi A saucerfaul of secrets permitiéndolo a todo volumen, comiendo pierna, comiendo nalga, comiendo seno, pensando que los odio a todos, que mi cuarto es un mejor ataúd y que soy un muerto sin velorio y sin té, sin comadrejas dolientes que busquen exorcizar su soledad hablando de mi sin que haya nada de yo en esas palabras. Aunque por si acaso, sacaré alguna flor de una maceta y la pondré a mi lado, para buscar otra portada, colocar una nueva canción y no secarme solo.

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