CON EL CAÑÓN EN LA BOCA

Un espacio para el desahogo, para el ahogo, para la soledad, para la compañía, para perder el control y retomarlo, para perderse completo y reencontrarse a medias, para ser un personaje y ser el autor al mismo tiempo, para gritar desaforado todos los silencios.

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Nombre: Ricardo Hinojosa Lizárraga
Ubicación: Miraflores, Lima, Peru

Comienzo esto a la edad en que otros han terminado todo lo que les quedaba por hacer en vida: Hendrix, Morrison, Janis, Cobain. Que poco pueden parecer a veces 27, cuanto pueden significar en otras ocasiones. Fuera de eso, ya cumplí con los rituales del colegio y la universidad, el de los vanos intentos de socialización, el de la escuela de vida que te prepara para saber adonde no volver, o como extraviarte totalmente en la búsqueda de ser individual y no borrego de modas y antojos circunstanciales. Aunque, a pesar de eso, prosiga ahora como todos, como uno más, ganándome el pan y trabajando, cumpliendo protocolos y horarios, aunque prefiera quedarme en casa, escribir según mi ánimo, darle curso al onanismo (el mental y todos sus hermanos), almorzar cuando no toque, escupir al cielo eventualmente o sencillamente chasquear los dedos frente al público y hacer mi gran desaparición. A pesar de todo eso, estoy aquí, sacando bien, siempre con el cañón en la boca, tentando el número final que me haga perenne.

abril 02, 2009

El olor de la guayabera

Ilustración: Andrés Edery


Un programa más rimbombante que los colores de sus propias camisas. Unas camisas que reflejaban los distintos matices de su público. Carbajal tocando guitarra; Tribilín aguantando las jodas, Violeta Ferreyros bailando vals con Fujimori; Jaime Bayly jugando golfito; Miguelito Barraza en su famosa performance del loco; Melcochita contando chistes y salseando; 100 soles a quien me traiga, o una cocina Surge o cómo acomoda Comodoy, porque ¿Cuándo te he engañado, primito?; Todo eso y mucho más era Trampolín a la fama; Todo eso y mucho más era Augusto Ferrando. Vámonos con Faucett.



Augusto Ferrando, lo invita cantando,

desde el más cercano hasta el último confín,

para dar un brinco ¡hey!, Panamericinco,

en el más alegre y millonario trampolín (…)



“Van girando la curva, Tenaz y Bola de Cristal, Santorín queda tercero encima, van entrando al derecho, Bola de Cristal, Tenaz, Santorín por fuera. Faltan 600 para la meta, el favorito queda en el quinto lugar, Santorín viene entrando…Santorín entrando…Santorín alcanzando…Santorín domina, faltan 250, Santorín, ¡200 y 8 cuerpos!, ¡faltan 200!, ¡Santorín para todo el mundo!, ¡arriba el Perú!, ¡Santorín, no te pares negrito!, Santorín, 9 cuerpos, ¡Santorín nomáaaas!”. Más que una narración esto fue un canto, una performance en un show de candilejas, una premonición llegando a la meta para hacerse realidad. Era 1973 y Santorín, un negro y veloz corcel peruano, obtenía el Gran Premio Internacional de hípica Carlos Pellegrini, en Argentina. La emocionante carrera fue transmitida con un dramatismo inédito, con la emotividad que caracterizaría al otro corcel, al negro del micrófono, en sus lides futuras. La voz era una voz que rompía el alma y desataba al jamelgo que llevaba adentro. Porque, en el fondo, Augusto Ferrando no era un hombre: era un potro feroz que tenía su mayor obsesión en la meta cumplida, en la corrida brutal, y que unió montura, guano y herraduras para hacerse una carrera en la televisión peruana, y lo hizo con éxito, y fue odiado, criticado, repudiado, en suma, fue querido por eso.


Para ese año 1973, en que cerró su característica sonrisa equina por unos instantes para ingresar su relato en la épica hípica, Ferrando era ya una estrella en blanco y negro de una televisión aún sin control remoto, sin zapping y sin ratings, pero no era todavía el santo kitsch que fundara la generación protochicha con sus chirriantes guayaberas y su verbo ramplón. Eso llegaría tras algunas noches de peña que lo convertirían en el Cristóbal Colón de los pobres, que descubría talentos como quien descubre nuevas tierras donde extender su reino de colorinches y limosnas.


“Pollos y parrilladas Hilton…¡Qué placer!”




Con peña y con gloria

Antes de convertirse en el monumento vivo a la televisión popular, con 1 metro 90 y 140 kilos de peso, el niño moreno que había heredado su nombre del entonces presidente Leguía – dueño de un stud de caballos donde trabajaba su padre – se paseaba entre los animales del dictador sin imaginar que años más tarde muchos lo considerarían también un tirano de su propio mundo, o mejor dicho, de su propia peña. Ahí, viendo de cerca a los futuros velocistas de 4 patas, entendió cuál era su verdadera casta. Entendió que si el Perú tenía bestias tan fantásticas como esas, él también podía tener las suyas. Se olvidó de bautizarlas con nombres de campeones hípicos, las buscó fuera del hipódromo, las dejó desnudas en un escenario bajo el pago cruel de un muchas veces mísero bolo, y las bautizó Lucha Reyes, las bautizó Néstor Quinteros o Melcochita. Las llamó también “Loco” Ureta, Guillermo Rossini y “Ronco” Gámez, solo por citar a algunos. Augusto Ferrando, creyéndose tal vez un P.T.Barnum contemporáneo, se rodeó de despabilados freaks que le llenaron los bolsillos y gracias a los cuales aparecía frente al público de la peña a la que le ponía apellido, como el gestor y transmisor principal de la alegría. Era el mismo show esperpéntico que llevó luego a la televisión. Los artistas ponían el talento, pero el controlaba las comisuras humanas para permitir – o no- la risa. Va pa´ la peña.


Tras el periodo iniciático en el que ensuciaba sus pies en las caballerizas, estuvo exiliado en Chile cuando cayó Leguía, luego se dedicó al donramonesco oficio de contador de chistes en velorios, volvió al Perú a los 14 años, desarrolló una voz de semental ofuscado que lo llevaría a la radio, fue locutor comercial, animador de fiestas y soñó con el sacerdocio. Pero los caballos le jalaron la carreta a la radio y el negro no paró y el negro vino entrando, y el negro alcanzó, dominó y sacó varios cuerpos de ventaja a todos. Se convirtió en la voz más célebre que rugía carreras desde el Hipódromo de Santa Beatriz en distintas emisoras. Hasta que pisó Radio Victoria, hizo reír a los oyentes con sus chistes contados entre polla y polla e inició ahí la ya mencionada Peña Ferrando. Este espectáculo teatral debuta en la sala del cine City Hall, en 1963. Ironías de la vida, donde antes retumbaron risas, más tarde tronarían pañuelos. El primer escenario de un show de la peña se hizo en el cine que luego sería emblemático para los lacrimógenos fanáticos del cine hindú. Casi como un guión imaginario del siempre lloriqueante Augusto.


“Zapatillas Tigre…¡agarra con garra!”



Negro a gusto

El éxito de la peña lo catapultaría, en 1967, a una televisión aún embrionaria, aún incipiente, aún con la inocencia casta de quien no ha transmitido el humor ambulante, ni la degradación del pobre a millones de espectadores. Era esta una TV que buscaba figuras con las que el público pudiera identificarse rápidamente. Por eso Ferrando y su criollismo facilón, su chispa de contador de chistes post mortem y su experiencia en la animación de fiestas de todo tipo, lo ayudaron a ganarse un lugar que haría suyo durante casi 30 años. El enorme locutor que hizo de Santorín una leyenda, empezaba a vivir su leyenda propia. Érase una vez un día cuando la televisión peruana no volvió a ser la misma. Ni volvería a serlo nunca.

Artistas como Nicomedes Santa Cruz, Augusto Polo Campos, los hermanos Cecilia y Miguelito Barraza, y los ya mencionados Néstor Quinteros, Lucha Reyes, Melcochita, el “Loco” Ureta o el “Ronco” Gámez, todos provenientes de la peña, ayudarían a que el segmento Trampolín a la fama se convirtiera en un programa sabatino de horas de duración, y luego en el fenómeno televisivo que mantuvo a Ferrando 30 años en la televisión. Su dictadura de lo chabacano sería más extensa que la de Leguía. No nos ganan, por mi madre que no nos ganan.


Pero no estuvo solo. Para hacer más efectivo el rito semanal de la risa, este sabio, maestro y guía de lo prosaico preparó un equipo como quien prepara a los 12 del Patíbulo. Las leyendas urbanas no distinguen aún si los reunió para hacerlos famosos o para llenarlos, inconscientemente, de desgracia. Y tanta portada de Trome y tanto titular de Ajá y tanto reportaje televisivo que nos contó sus miserias, nos metieron a su vida. “Para todo el mundo”, decía el Negro, y quizás por ello todos saben que Tribilín, Felipe Pomiano solo para su madre, su viuda y sus hijos, terminó barriendo buses de la 73 por una mísera propina, hasta que un derrame cerebral lo extinguió de a pocos. Todos saben que Leonidas Carbajal, conocido como “El filósofo de la miseria” o “El feo que habla lindo”, fue atacado por una diabetes feroz que primero lo dejó sin pierna y luego lo dejó sin vida. Todos saben también que Otto de Rojas, su clásico tecladista, decidió buscar en el pavimento las soluciones que en vida no encontraba. Demás está mencionar el “Padre llévame contigo” que invocara un Chicho agonizante en su última portada chicha en vida; otra diabetes, la de su hermano Rubén, también dejó solo en el mundo a Juan Carlos, el hijo inteligente, el hijo independiente, el hijo gay del machazo que llenaba su set con la pobreza de la gente, regalándoles sí, pero también humillándolos, también tratándolos con tosquedad, también usándolos como otros freaks gratuitos que lo ayudaran a sostener la farsa y la sonrisa que para ninguno de los miles que acudieron a su entierro fue jamás una sonrisa fingida. “Ferrando no hacía distinciones entre cholos, negros, blancos, él era uno de nosotros”, alcanzó a decir ese día una humilde madre, quizás una de esas que iba a la casa de la vecina a ver el programa porque no tenía televisión. O quizás una de esas otras que, sábado a sábado, reía sin dientes ante las bromas del negro con sonrisa alba y reluciente.


De los más reconocidos rostros del programa solo sobreviven Lucho García, una apacible Violeta Ferreyros y una añejísima Gringa Inga que, pasados los 80 años, aprendió a mascar el español, pero nunca a digerirlo bien.


Café Cafetal...¡a mí con polvitos!



Trampolín sin regreso

“No me gusta su programa, ni me gusta él (…) porque ha hecho de la necesidad de la gente su espectáculo, ha hecho de la humillación a la gente el rating”. Clavando cada palabra como si de uno de sus futuros ampays se tratara, una de las más preclaras herederas del patriarca televisivo de lo grotesco, lo desangró frente a miles. Porque ese día de 1991 en el set de Fuego Cruzado, Magaly Medina no fue solo una periodista crítica: fue Bruto asesinando a Julio César.


Llevado a cabo el sacrificio ritual en vivo, en directo, en horario estelar y a nivel nacional, el Negro iniciaba una de aquellas caídas de las que dicen que, siendo del más grande, es la más ruidosa. Te hicieron el avión, negrito.


Ya había patinado poco antes, cuando “amenazó” retirarse de la televisión si Mario Vargas Llosa perdía las elecciones presidenciales. Bayly le exigió cumplir su palabra y esto fue el preludio de su propia “Guerra del fin del mundo”. El 11 de mayo de 1996, con llamada incluida de Genaro Delgado Parker, desmayo teatrero de una ganadora de premios y visita honorífica del gran Pablo de Madalengoitia, Augusto Ferrando Chirichigno le diría adiós para siempre a su stud…digo, a su peña…digo, a la televisión, envuelto en un mar de amor popular, que era al mismo tiempo el mar de lágrimas que fluía de esos ojos que se conectaron eternamente con la masa.


Menos de 3 años después, el 1 de febrero de 1999, un cáncer y una diabetes se lo llevarían a un comercial del que no tuvo regreso. Quien para muchos fue un demonio televisivo, descansa hoy – no se sabe si en paz - en el cementerio El Ángel.


Los mismos fervientes admiradores que deliraron cuando otro rey de su talla, Chacalón, aquel ante cuyo canto los cerros enteros bajaban, acudió a su programa, contemplaron el show póstumo: cuando Ferrando murió los cerros lloraron y lo declararon su apu mayor. Sus críticos, lo siguieron enterrando. Lo digo con lágrimas en los ojos…¡no te pares, negrito lindo!


(…) Trampolín te dará más fama,

Panamericana, te hará tan feliz,

por eso Ferrando, te sigue invitando,

a ser una estrella en su famoso Trampolín".





Descubriendo a Ferrando

“El Negro quiso ser un dios de los humildes, pero vulgar, huachafo y chabacano; resultó a fin de cuentas un falso profeta de su pregonada y chauvinista peruanidad y, al contrario, sentó las bases del achichamiento más oleaginoso”

Eloy Jáuregui, periodista y escritor.

"No soy fan de Ferrando, pero hay que reconocer que sacó frases de distintas áreas de la cultura para hacerlas populares. 'Hacer el avión', por ejemplo, significa estafar, pero también es la llave del cachascán que hace caer al rival”

Fernando Vivas, crítico televisivo.

“Los personajes, además de su calidad artística, deben tener la chispa para buscar frases o apodos, lo cual es muy difícil. Ferrando tenía la gracia en los labios y sus frases fueron populares porque las dijo él”.

Augusto Polo Campos, compositor.

“Se comportaba como un ministro, los presidentes eran sus amigos, tenía valija diplomática. Su negocio era descubrir talentos para explotarlos. Era una rata. Pero creo que su éxito radicaba en ser sincero”

Antonio Solís, actor que lo interpretó en la miniserie “De pura sangre”

“El mejor remedio que tenemos, hoy por hoy, es Augusto Ferrando, a quien el pueblo quiere, esa es la mejor votación. Qué trofeo ni qué cosa, el mejor trofeo es el pueblo”

Felipe Pomiano, Tribilín

"Una frase pegajosa debe decirla un personaje popular en un programa de éxito. Ferrando era un gran acuñador de muletillas para conectar con el público, cuando les decía 'Lindísima gente' o 'Va pa'la peña'. Estas frases esconden nuestra picaresca, nuestra manera relajada de entender el mundo, la calidez de la familia, los amigos y la búsqueda de cercanía con la gente”

Eduardo Adrianzén, dramaturgo y guionista.



1 Comments:

Blogger Andres said...

Hola, Ricardo
Dale, no hay problema. Lo único que te pediría es que no le metas ese comprimido que lo achata.
Está paja tu chamba!

Slds,
A.

8:29 a. m.  

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