GAME OVER, Capítulo 1
No hay/ no hay futuro,
No hay/ no existes tú
LEUZEMIA
Soy un perdedor,
(I´m a loser baby)
So why don´t you kill me
BECK
1
Estoy aburrido de mi vida. Sí, completamente aburrido de vegetar en este cuarto de mierda que me costó mucho intentar desmierdizar aunque sea por ratos, matizando la brevedad de iluminación y el acento de patetismo propio de su ambiente, con uno que otro póster de una que otra mierda brillante del Rock and Roll. Porque, si bien es cierto que nunca estuvo entre mis deseos protagonizar este caos, tengo a mi alrededor lo único que pude obtener. Esta luz tenue que alberga en mis propiedades lo perdido, es todo lo que tengo ganado. Y el premio máximo es esta habitación technicolor en la que se desplaza la insatisfacción y me corretea entre las sombras, día a día, noche a noche y tristeza a tristeza. Un cuarto cuya ornamentación parece tan inútil, como el maquillaje en el rostro de una vieja decrépita. Flores vertebradas en una tumba vacía.
Todo parece indicar que estoy sumergido en un aislamiento inclemente sí, pero voluntario. Sí carajo, voluntario, deseado y necesario para omitir las preguntas de los vecinos, los amigos y las amiguitas sobre el estado actual de mi vida. Voluntario putamadre y hasta masoquista, pues ni mi madre a la distancia, ni mi abuela que vive conmigo, nadie finalmente, me obliga a permanecer tanto tiempo aquí encerrado (a no ser que la vergüenza cuente).
Quizá si no permaneciera tanto aquí, quizá si todo fuera como antes, cuando nadaba a la par de la corriente mimetizado en el cardumen, con mi vocación de salmón disimulada, la especie de mazmorra en la que se ha convertido esta habitación sería más cómoda, más acogedora y haría menos trágicos mis pensamientos autodestructivos. Porque esto de tener 26 años y no dejar de sacarle y secarle las lágrimas a mi pena más genuina, de seguir maldiciéndome encerrado y desempleado, abandonado y sucio casi sin percatarme, como un zorrillo hippie carente de olfato, tiene que terminar en algún momento. Tiene que terminar esta contemplación de ciego que hago a mi destino, huidizo, negado, sordo hiperactivo que busco con desesperación en lugares cada vez más inverosímiles: el fondo del vaso de cerveza, la cuchara titilante y vacía frente a mi boca, el espasmo de horror entre canción y canción de un mismo disco, la amarga mentira de “recordar” lo que nunca seré.
Tienen que terminar ¡y de una vez¡ todas estas fugas imposibles a paraísos con los que sueño a escondidas, diletantes mentiras inscritas en las fotos de esos paisajes europeos de perfección, presentes en los graciosos calendarios que a mi buena abuela le obsequian en algunos bazares (por amiguera que es). De esos que ella religiosamente colecciona, tanto como colecciono yo mis propias imágenes – imágenes y semejanzas - de melancolía ante ellos, ante esos lugares que nunca jamás podré conocer. Y, aunque tenga que aceptarlo, la verdad es que seguir observando bajo sus pies esos meses anteriores, de los años anteriores, engendros de malditos días anteriores, sin haber logrado nada con mi vida, no es la voz, no pone.
Aunque cierto es, también, que existen algunos paliativos. A ratos la música, las chicas paracaidistas que capturo en mi trinchera, mis alados amigos ojo-rojo, la cerveza barata o invitada, el humo espeso de mi más usual escapismo, o un buen filme sin final feliz, maquillan mucho mejor la miasma alrededor mío. Pero igual, eso no evita que me sienta como The Bubble Boy , el muchacho que, a causa de una extraña enfermedad, no podía abandonar la burbuja que le daba el único oxígeno puro posible y con ello, la posibilidad de vivir. Y al igual que al personaje debe haberle sucedido, se posa en mi hombro el negro y ponzoñoso cuervo de la pregunta: ¿qué vida vale la pena vivir así?
Mientras le doy de comer al cuervo un poco de silencio, me pego tratando de evitar mi propio exorcismo en los 11 minutos de agonía con que los Doors convulsionan esta habitación a un máximo volumen –eco, gruñido y personalidad de sus paredes- y buscando las huellas de la ronda policial que ciertas cucarachas, aguachentas como vedettes de diario chicha, hacen estratégicamente alrededor de las cuatro patas de mi cama cada noche, como buitres oliendo un ojo a punto de morir en medio del desierto. Como buitres saboreándose con sorna.
No me queda más que ignorar todo eso y volar un rato en las simpáticas ensoñaciones de grass a las que me acostumbré desde universitario, aquellas que suelen mostrarme sonriente y triunfante, listo para vencer la adversidad, aunque en este momento mis párpados cerrados y volátiles no parezcan propicio ecran para proyectar optimismo…
(♫Desperately in need/of some stranger´s hand/in a desperate land...el balbuceo de Morrison, - el más bendito de los incoherentes, el más maldito de los santos - , va apagándose en las ráfagas de ácido vertidas desde el órgano que Ray Manzarek seduce con religioso fervor. Mi suerte se silencia junto a ese balbuceo…This is the end/my only friend/the end... Al parecer no hay himno justo o lógico que me libere de este destino de irremediable derrota…This is the end/ beautiful friend/the end… Ya las cosas, al perder sentido, lo cobran más realmente que nunca. Abrir, cerrar los ojos. Ganar, perder la vida…Come ride with me/ across the sea/ endlessly…lloro mi derrota desde el primer respiro del juego y el pañuelo que me asea a posteriori, es el tablero cachaciento de ese juego…Will i walk every morning with the haze down all my life?...Muchas veces juro que todo esto es mi culpa y me maldigo, pero entonces, la fiel comparsa de genios que me embriaga y me consuela casi a diario dentro de estas paredes (sí, mis alados amigos ojo-rojo), brinda nuevamente conmigo, me hace olvidar, transportándome en sus filosofías aéreas, mientras otros mienten mirando al cielo y diciendo que deje todo a los designios de quien lo gobierna - según el mundo que entiende el mundo - (¿y quién entiende al mundo?), un engominado Sumo Pontífice de la mentira, aquel hábil para complotar en tiempos de guerra, en centurias de casualidad y bendiciones de suerte, pues la maña es su trono. Algunas culturas suelen llamarlo Dios…Father, i want to kill you!♫). El cuervo muere de pronto y asciende a los cielos.
Abro los ojos y nada ha cambiado. No es más que otro día para pensar en el orden de prioridades para mañana, postergando alguna nueva decepción, buscando el momento y la posibilidad de crear una coreografía para mi aburrimiento, realizar un salto ornamental de diez puntos –o aunque sea un brinco cursi, pero efectivo- que matice la opacidad que viste mi existencia. Alguna actividad extracurricular en la Escuela del Ocio, algo que pase la monotonía por el water y mande a volar la monogamia que la señora soledad y yo ostentamos desde que nos conocimos y nos flechamos. Mientras tanto, intento aplicar originalidad a mi bitácora diaria y la realidad, rebelde e indómita - como una H elevando su voz de protesta -, se va escurriendo de la prisión que le he creado, pateándome el culo y apagando la humeante tele de mi stoneada.
- Oye huevón –me ronronea-
¡Mañana tienes que ir a buscar trabajo, tienes que enviar tus curriculums, tienes que tocar puertas!...
- ¡Putamadre! – respondo sin responder, mudo y chupándome un diente –
Otra vez la misma mierda, el mismo ir, tocar la puerta, saludar. “¡Hola!, ¿esta semana hay algún trabajo...que pague?” y el “deje su curriculum o envíe a este mail” que tanto me llega al pincho porque no es más que otro ejercicio inútil de aquellos que me han hecho ganador de sendos títulos nobiliarios a lo largo de mis 26 años de experiencia en las duras lides del fracaso. “Lord Inútil”, “Marqués de la nada”, “Duque del abandono” y “Príncipe de los 7 mares de mierda” en que se transformó la ilusión de futuro. Así he de ser presentado en sociedad. Claro, si es que la sociedad aún espera algún tipo de presentación de mi parte o si me lo permite. Aunque, ahora que lo pienso, si la presentación en sociedad de las quinceañeras es tan ridículamente pomposa y ritual (y claro, alcohólicamente jugosa para algunos asistentes) me pregunto, cómo sería la presentación en sociedad de un “Lord inútil” prototipo, un “Loser king” en la justa y exacta medida de la palabra, como dicha por un sastre del verso a fuerza de desnudar innumerables defectos. ¿Cómo sería esa presentación en sociedad?, me pregunto oficialmente. Y las posibilidades van invadiéndome sin invitación.
Lo primero que se me viene a la mente, después de cinco toques (las simpáticas ensoñaciones de grass se van haciendo recurrentes), 20 minutos de divagaciones y algunos tragos de cerveza imaginaria, -que para abreviar llamaremos saliva- es una ceremonia que guarde cierta similitud (con algunas readaptaciones, eso sí) con el mencionado quinceañero.
Pero antes quisiera saber si sería posible, si habría alguna manera, en estos tiempos de tecnología digital, internet y clonación, para saber de antemano, siguiendo cierta pauta de comportamiento, qué chicos pintan para perdedores irrecuperables desde sus primeros años de interrelación humana. Una especie de Minority Report en la que puede detectarse antes del hecho, no a un criminal como en la película, sino a un zángano en ciernes, a un estigmatizado del fracaso y llevarlo al centro de su propia fiesta de presentación en solemne merengón familiar, con trencito básico incluido, para que cante la canción de moda de RADIO PACHARACA auspiciada por “Loser Vocation, el magazine de hoy para el perdedor de siempre”, en el que el engreído de la casa pinta para portada, y para repetirla sin asco, misma Pamela Anderson en Playboy.
Si fuera así de sencilla la detección nos ahorraríamos problemas, es cierto, pero perderíamos todos esos momentos que alimentan tanto nuestro morbo y nuestra bestialidad de animales sociales. Aquellos en los que vemos al sujeto en cuestión sufriendo, maldiciendo, sorprendido por su mala suerte, por su mal karma. Desayunando frustración mientras desenreda impaciente el Breakfast in América que se comió su casetera hace ya varias borracheras atrás, hace ya varios desayunos americanamente amargos. Después de todo él es también un supertramp, un súper vagabundo sin posibilidad de cambiarle el rumbo a su destino.
Quiero que quede claro lo que digo. Si conociéramos antes a los condenados solucionaríamos el problema incluso sin plantearlo, pero perderíamos para siempre esa salvaje satisfacción carnívora de ver al otro fracasar sin haber sabido desde antes que ese fue siempre su destino, anonadado e histérico, como yo, de vuelta a la realidad en este cuarto de mierda. Cuarto de mierda que es en realidad mis 70 kilos de mierda/peso, abandonados a su suerte en una habitación/bacenica.
- Carajo, sigo solo, hace frío y estoy flaco.
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