CON EL CAÑÓN EN LA BOCA

Un espacio para el desahogo, para el ahogo, para la soledad, para la compañía, para perder el control y retomarlo, para perderse completo y reencontrarse a medias, para ser un personaje y ser el autor al mismo tiempo, para gritar desaforado todos los silencios.

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Nombre: Ricardo Hinojosa Lizárraga
Ubicación: Miraflores, Lima, Peru

Comienzo esto a la edad en que otros han terminado todo lo que les quedaba por hacer en vida: Hendrix, Morrison, Janis, Cobain. Que poco pueden parecer a veces 27, cuanto pueden significar en otras ocasiones. Fuera de eso, ya cumplí con los rituales del colegio y la universidad, el de los vanos intentos de socialización, el de la escuela de vida que te prepara para saber adonde no volver, o como extraviarte totalmente en la búsqueda de ser individual y no borrego de modas y antojos circunstanciales. Aunque, a pesar de eso, prosiga ahora como todos, como uno más, ganándome el pan y trabajando, cumpliendo protocolos y horarios, aunque prefiera quedarme en casa, escribir según mi ánimo, darle curso al onanismo (el mental y todos sus hermanos), almorzar cuando no toque, escupir al cielo eventualmente o sencillamente chasquear los dedos frente al público y hacer mi gran desaparición. A pesar de todo eso, estoy aquí, sacando bien, siempre con el cañón en la boca, tentando el número final que me haga perenne.

agosto 15, 2007

Perdieron la partida…y partieron


Una despedida en el mundo de los vivos, un nuevo nacimiento ante los ojos de los cinéfilos: Antonioni y Bergman, hoy más presentes que nunca


Quizás una de las escenas más recordadas por aquellos que hemos disfrutado algunas películas de Bergman sea aquella en la que el caballero Antonius Block reta a la mismísima muerte a una partida de ajedrez, buscando con esto prolongar su vida, en El séptimo sello (1957). Una simbología en que lo blanco y lo negro están fuertemente representados tanto por los personajes como por el mismo tablero de ajedrez. El juego de la vida. Si entendemos a Antonius Block como una suerte de alter ego del director, sabremos que hace pocos días perdió la partida. Y más importante aún, casi al mismo tiempo que estaba por sucumbir al jaque mate final, otro genio de su misma talla y de su misma generación también desaparecía del tablero de la existencia tangible, acrecentando su imagen cinematográfica. Después de todo qué es el recuerdo sino eso, una proyección concatenada de imágenes a las que nosotros le damos forma arbitrariamente, al verlas o al quererlas entender. La memoria es el cine para un solo espectador. Michelangelo Antonioni (n. 1912) e Ingmar Bergman (n. 1918), ya han sido retratados a estas alturas en un sinnúmero de obituarios que recordaron tanto los episodios más conocidos de su vida, como algunos otros más o menos ignotos, ya han tenido cientos de páginas en las que se han reconocido sus méritos artísticos, sus grandes películas, su trascendencia en la historia cultural y artística del siglo XX y pareciera que no queda nada más que decir, aunque sin duda se seguirán diciendo cosas en los próximos cien años, al menos.
Por ello es que si hay aún algo que deberíamos preguntarnos es cuantas películas hemos podido ver de ambos directores, cuanto nos ha quedado de ellos, de la misma manera que nos interrogamos sobre la vida y la muerte de un familiar cercano, cuestionándonos si realmente aprovechamos su presencia en este mundo y cerca de nosotros. Ambos, Bergman y Antonioni, a pesar de las diferentes conclusiones a las que nos puede llevar la observación y análisis de su filmografía, poseían un elemento común: una narrativa visual que en muchos momentos era deliberadamente lenta, con un montaje y una secuencia de planos mesurados con el objetivo de lograr un suficiente tiempo de reflexión entre los espectadores. Casi como sus existencias nonagenarias. Ambos también eran quizás los últimos sobrevivientes de una generación europea que concebía el cine como una propuesta filosófica. Los entendidos afirman que ambos tuvieron personajes que realizaban trayectorias que los conducían hacia sí mismos, hacia su propia alma, hacia su propia conciencia. Podría cambiar la presentación estética, pero el fondo era el mismo. La observación era la mirada del artista que pareciera atravesar cuerpos y formas para solo detenerse en la profundidad. Fresas salvajes, Persona, Fanny y Alexander; Zabriskie point, The passenger, Blow up son algunos títulos indispensables para entenderlos a ellos y para entendernos nosotros mismos. Ahora, sin duda y por fin, están trabajando juntos en un próximo proyecto fílmico. Una obra que integrará sus genios. Una última película que heredarnos, aunque ambos hayan apagado sus cámaras por última vez el mismo día. Muchos esperamos que ese 30 de julio de ecranes apagados dure solo momentáneamente. Y que la función vuelva a continuar.

(La Muerte): ¿Estás preparado?.
(Antonius Block): El espíritu está pronto, pero la carne es débil.

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