CON EL CAÑÓN EN LA BOCA

Un espacio para el desahogo, para el ahogo, para la soledad, para la compañía, para perder el control y retomarlo, para perderse completo y reencontrarse a medias, para ser un personaje y ser el autor al mismo tiempo, para gritar desaforado todos los silencios.

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Nombre: Ricardo Hinojosa Lizárraga
Ubicación: Miraflores, Lima, Peru

Comienzo esto a la edad en que otros han terminado todo lo que les quedaba por hacer en vida: Hendrix, Morrison, Janis, Cobain. Que poco pueden parecer a veces 27, cuanto pueden significar en otras ocasiones. Fuera de eso, ya cumplí con los rituales del colegio y la universidad, el de los vanos intentos de socialización, el de la escuela de vida que te prepara para saber adonde no volver, o como extraviarte totalmente en la búsqueda de ser individual y no borrego de modas y antojos circunstanciales. Aunque, a pesar de eso, prosiga ahora como todos, como uno más, ganándome el pan y trabajando, cumpliendo protocolos y horarios, aunque prefiera quedarme en casa, escribir según mi ánimo, darle curso al onanismo (el mental y todos sus hermanos), almorzar cuando no toque, escupir al cielo eventualmente o sencillamente chasquear los dedos frente al público y hacer mi gran desaparición. A pesar de todo eso, estoy aquí, sacando bien, siempre con el cañón en la boca, tentando el número final que me haga perenne.

setiembre 20, 2007

En la selva si hay estrellas

De la ventana del Boeing 737-200 solo puede verse, casi como un icono magnético, la imponente presencia del Huascarán. Son las 6 de la mañana y mientras la mayoría del país duerme, este coloso de nieve ya abre sus ojos, esas ventanas gélidas que dejan filtrar luz al mundo. Es la primera imagen importante en mi camino a Iquitos. Nada de verdor o anchos ríos aún . Pero eso cambiará rápidamente. Solo en unos minutos, la geografía ubicada miles de pies debajo de mi se va transformando con colorida frecuencia. Como si millones de orugas mutaran a voluptuosas mariposas en una sola imagen explotando frente a mis ojos. “Ricas montañas, hermosas tierras, risueñas playas…Fértiles tierras, cumbres nevadas, ríos, quebradas, es mi Perú”, pienso. Y el vals de Manuel Raygada toma mayor sentido cuando bajo del avión. Llegar en ese vuelo al corazón de la selva peruana es el mejor tour de una hora que puede hacerse a través de la variada superficie de nuestro país. Una vez en Iquitos, el deber es dejar esa superficialidad en los aires y volar hacia lo más profundo de su calidez.

Y es esa calidez justamente la que me recibe. La música que se oye en el camino del aeropuerto a la ciudad empieza a darle carisma al lugar. Esas tonadas tropicales te remiten a la prestigiosa alegría del poblador charapa y te invitan a compartirla. Las casas rústicas, construidas con más sudor que habilidad ingeniera, son quietos testigos del ir y venir de los mototaxis, convertidos casi en otro atractivo turístico de la ciudad. La piel y la coquetería de la mujer local, repetida una tras otra en una larga avenida, pero con rostros y edades distintos, roba espacios en las retinas de los recién llegados. Roba espacios, muerde labios y hace transpirar.

Para aquel que anda perdido en el espacio, Iquitos es la capital del departamento de Loreto, y se ubica en la provincia de Maynas, en pleno corazón de la selva nororiental del Perú. Dada su difícil geografía, no cuenta con carreteras, y su comunicación es por vía aérea o fluvial. La gran mayoría de sus pobladores son descendientes de naturales de tribus selváticas regionales y del mestizaje. Quizá uno de sus atractivos más importantes radique en la enorme cantidad de mitos y leyendas que encierra su atmósfera, aquella que atrajo a través de los siglos a la más variada gama de visitantes, viajeros y exploradores (sin contar centenares de bribones, prófugos de alguna corona imperial, colonizadores, buscadores del oro de Paititi, explotadores de caucho y curas dizque evangelizadores). Algunos volvieron para contarlo, algunos para exagerarlo y otros no volvieron nunca, dándole origen a grandes misterios.

Pero yo no vine con la disposición de Lope de Aguirre o Fitzcarraldo, con una hoz para abrir nuevos senderos, la brújula desorientada, el ansia de contratar a un guía oriundo que me acerque a tribus legendarias que reduzcan mi cabeza o una desesperada y babeante necesidad de ayahuasca, la planta mítica por excelencia. Aquella que afiebró a grandes escritores como William Burroughs y Allen Ginsberg (Nota: Leer Cartas del Yagué). No. Vine con un objetivo un tanto más terrenal, más de periodista asalariado que huye unos días de la urbe con el pretexto pendejísimo de tomar unas fotos, comprar exóticas artesanías y emplearme como catador oficial de su cerveza regional, la encandiladora San Juan. En ese sentido cumplí mi cometido con creces. La labor era fácil. Una de las muy prestigiosas empresas de turismo local quería difundir sus nuevas ofertas y la calidad de su recorrido a través del insondable Amazonas. Me ofrecieron 5 días de paseo por sus aguas en uno de sus cruceros, con todo pagado, por solo registrar unos cuantos momentos Kodak y poner esas fotos en la publicación para la que trabajaba. Habría que estar demente para ponerle peros a semejante oferta. Así que entre clic y clic, cerveza y cerveza y páginas y páginas del Don del águila de Carlos Castaneda (convertido en mi vademécum en dicha travesía), mi trabajo se fue cumpliendo solito en el inmejorable escenario de ese fantástico monstruo fluvial. A los hermosos parajes, sonidos y energía natural podría sumarle la inigualable contemplación de los delfines rosados, que conste apreciados sin ningún motivador sicodélico (tengo testigos), y de aves que seguro escapan a la clasificación de los catálogos de PromPerú.

Los truenos, los relámpagos y la lluvia cayeron con insistencia cada noche, tanto que aluciné en un momento de locura, ver a un desesperado y achacoso Noé empezar a meter parejitas de otorongos, ronsocos, monitos fraile, o cualquier otra especie de las que habitan esta región del Perú, dentro de la barcaza que me daba techo. Felizmente el único diluvio fue ocasionado por los litros de espumosa San Juan que llegaron a mis fauces. Pero, a pesar de alguna noche de pachangueros embriagos en el Noa (la inacabable discoteca estrella de Iquitos), y a pesar del carácter pintoresco de la juerga local, mi carácter naturalmente bohemio prefirió la naturaleza al recorrido urbano. Una ciudad es una ciudad en cualquier lugar, y puedes recordar sus maravillas al revisar tus fotos, pero la belleza que ofrece el Amazonas se queda en tus ojos por siempre. No por gusto el gran poeta nicaragüense Ernesto Cardenal afirmó recientemente, en su segunda visita al majestuoso río, que quisiera ser recordado como el “Poeta del Amazonas”.

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1 Comments:

Blogger Gloriux said...

Que bien que te hayas vacilado en la selva, pero te falto disfrutar la cumbia amazonica, el genero bandera del Peru. Saludos

4:00 p. m.  

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