Habiendo robado lluvia de tu jardín Y tocado tu cuerpo
Me duermo
No se culpe a nadie de mi sueño
Casi como sucede siempre con los mejores amigos, no recuerdo con claridad como Luchito Hernández se convirtió en uno de mis poetas favoritos, pero si la solitaria circunstancia de nuestro primer encuentro. El hastío de los típicos tópicos de la literatura convencional peruana me llevó a (re) buscar entre aquellos con prestigio de “distintos”, para ver con quien establecía mejor química. Sabido es que, normalmente, ese prestigio se lo adjudican las voces dialogantes en el patio de la universidad y en las tiradas de pera para fumar un dizque caleta wirito, ocasiones que suelen ser más didácticas que las clases. Un intercambio de libros o fotocopias de aquello que no se lee por obligación, sino por placer, puede afectar de maneras determinantes. Porque aunque tras el pasar de la stoneada no se recuerden con claridad ciertos detalles, la poesía siempre permanece.
Hay compositores sin pelo:Prokofieff, Schömberg, Hindemith.
Hay compositores con pelo:Grieg, Liszt, Lennon.
De otros no se sabe
Pues usaban su peluca
Bach, Häendel, Lully.
Pero lo terrible
Es el enigma nórdico:
Sibelius,
Que en algunos discos
Tiene el cabello largo
Y en otros
Tan sólo una sonrisa.
Puedo seguir queriendo mucho a Vallejo, poniéndome la mano en la barbilla con recurrencia y a ritmo de homenaje, pero ya tanto Melgar, Chocano y Eguren me habían llevado a decir ¡basta! ¡Debe haber algo más! Inicié ese viaje de desprendimiento de la literatura colegial con Javier Heraud y mi edición PEISA 1976 de su poesía completa, cuando en una de sus páginas encontré un epígrafe que llamó mi atención: "Viajes no emprendidos / trazos de los dedos / silenciosos sobre el mapa”. La naturaleza nostálgica de esos versos y el nombre absolutamente desconocido de quien los suscribía me llenaron de curiosidad. Busqué, pregunté, llamé, insistí, pero nada. Solo un amigo, el buen Juanjo Sandoval, había tenido en sus manos alguna edición fotocopiada del Vox Horrísona, pero para cuando yo llegué a pedírsela ya se la habían perdido. “Hay libros que no se prestan, Juanjo….tamadre”, fue lo único que alcancé a decir, lamentando mi mala suerte. Luego, un encuentro para homenajear al médico poeta (o al poeta médico o ninguno de los dos) en la Casa de Osambela durante alguna Bienal de Lima, me acercó más. Nicolás Yerovi y Luis La Hoz leyeron algunos poemas suyos y contaron inusuales anécdotas.
Tú hablabas con un lenguaje lúcido, con el lenguaje de los colores de la calle, con el brillo de las casas, con la risa, con el sueño, con el sonido suave del césped a mitad de las avenidas.
Tiempo después ya había logrado conocer sus largas patillas gracias a fotos que parecen reforzar el aura mítica que su propia poesía ya ostenta. Lo había podido ver también con su bata de médico que era más bien un paciente que era más bien un impaciente que era más bien un poeta que era más bien un poema de humano contorno. Había visto (extrañamente sin comprar ninguno) los polos ofrecidos en Jirón Quilca con esa frase aritmética (y por eso inexplicable) de amor minimalista:
Te amo √-1
Eres un amor
Irracional
Sin embargo, pasarían aún muchas lunas (llenas, menguantes, rotas) para que Charlie Melnick, Billy The Kid y el Gran Jefe Un Lado Del Cielo se sentaran en mi mesa a chupar poesía y vomitar ternura. Mientras tanto la labor era empaparme más de ese personaje, enamorarme de su Betty Adler sin saber bien porqué, caminar por la calle 6 de agosto en Jesús María – casualmente ubicada por donde antes quedaba la sede de mi facultad – y fumarme otro porro en su nombre, en nombre de todo aquello que aún no conocía y que nunca conoceré de él y revisar en mi bolsillo, por si seguía ahí, al lado de los boletos arrugados, los papeles de chicle y uno que otro resquicio de hojas y rizlas, la hojita cuadriculada donde anoté con letra maltrecha una dedicatoria que sentía mía, cuando aún bordeaba los 20 años:
"A todos los prófugos del mundo, a quienes
quisieron contemplar el mundo,
a los prófugos y a los físicos puros,
a las teorías restringidas y a la generalizada.
A todas las cervezas junto al mar.
A todos los que, en el fondo, tiemblan al ver un guardia.
A los que aman a pesar de su dolor
y el dolor que el tiempo hace florecer en el alma"
Tras las clases, llegaba a mi casa como un loco, agarraba frenéticamente mi máquina de escribir e intentaba, sino imitarlo, aspirar a escribir como él. Desfachatado, alpinchista, sin el aire snob que muchos vates connacionales ostentan, recogiendo la herencia del más afrancesado Valdelomar. Luchito es limeño, es esencia, es calle, es barrio y, si bien su aire clasemediero e informal no guste a muchos, en él radica el innegable valor de su poesía. No estará bajo los cerros de Vitarte, en un callejón de La Victoria o impulsando catequesis para pandilleros desalmados de algún suburbio oscuro y tugurizado, pero si te encuentras con lo que escribe, sin dudarlo, te coses el alma al pecho.
Será por eso que uno se refiere a todos los poetas importantes por su apellido, sean buenos, malos, mejores o peores, depende del gusto personal. Desde Vallejo, pasando por Calvo, Sologuren, Delgado, Bendezú, Heraud, Cisneros, Watanabe, Guevara, Eielson…pero solo a Luis Hernández se le puede decir Luchito. Y tener las ganas, por siempre insatisfechas, de encontrarlo en la calle, saludarlo, tomarte una coca cola con él en la bodega, pararte al lado del kiosco del barrio a leer las malas noticias sobre fútbol e intercambiar quejas, saludar a la misma vecina chismosa o quedar para ir a correr pechito a la Herradura.
Pero hoy sus holas, sus olas, sus dolores de espalda, sus dudas, su romántico amor por la música clásica, no están más, se fueron de viaje con el último tren de Santos Lugares, Buenos Aires, como si llegara tarde a una consulta con su médico personal, el poeta suicida Atila Joszef, cuyos versos lo apasionaban. Entonces fue cuando Billy The Kid cayó herido, Charlie Melnick no pudo más paliar sus angustias con Sosegón y el Gran Jefe Un Lado Del Cielo no pudo comprar más helado glacial.
Entonces, esas consultas nunca cobradas en su consultorio de Breña, esa ausencia en el examen final que le daría su cartón para ejercer la Medicina, esos poemas de su puño y letra, con sus dibujitos más, que regalaba al mecánico que le arreglaba el auto o al amigo que lo visitaba ocasionalmente, esas cervezas tomadas en la Costa Verde y esa última vez que miró Lima desde el avión que lo llevaba a Argentina, se hicieron un cuaderno aparte. Uno más para la colección de sus versos. Porque alguien dijo bien, que para escribir poesía, hay que vivir en poesía (creo que fue E.A. Westphalen a Antonio Cisneros).
Hace pocos días (el 3 de octubre) se han cumplido 30 años de la muerte de Luchito - a los 35 años - y muchos impertinentes lo han celebrado. O Lo han recordado. Pero yo lo celebro y lo recuerdo siempre.
Estimado General
3 Comments:
Una gran amistad comenzó justo en esa bienal en la que homenajearon a Luchito, y en esa sala. Y sí, tienes razón, a Luchito no se le puede decir Hernández a secas.
ufffff!!!! de lejos el mejor comentario que he leìdo por el anieversario del gran jefe ,tan mmezquinado, confundido ,malentendido ultimamnte, se agradece un mìnimo de conocimiento sobre lo que se escribe ,gracias!!!!
Supe de Luchito en una clase de literatura medio informal, cuando estaba en 4to año de secundaria. El profe nos contaba emocionadísimo acerca de su elaboración de cuadernos y sus patillas tan singulares, a la vez que iba pasando unos poemas y fotos del Luchito, y es tan cierto lo que dices, que al leerlo se le "pega a uno el alma al cuerpo", pues a mi me sucedio y desde entonces puse en practica lo de la elaboración de cuadernos.
Publicar un comentario
<< Home