Game Over, Capítulo II
De esta manera el fracaso demuestra ser una boca muda cosida desde adentro. Y los fracasados son pupilas que duermen abrazadas de sus lágrimas, para cualquier necesidad trasnochadora. Pupilarmente involucradas en el crimen eterno, víctimas hasta el infinito, pero carentes de una voluntad de revancha que las eleve sobre los millones que triunfan y les enseñe como es, de verdad, esta huevada. Algunos, como Mozart, ni siquiera necesitaron tiempo para aprender como era, hacia donde había que ir. Él cambió el biberón por el piano y en ese mismo instante abortó cualquier vacilación adolescente. Aún así, esa misma adolescencia se convirtió en un buen instante para algunos, pues Rimbaud sólo necesitó 19 años para destilar genio en cada maldita letra de su poesía. Así es. Queda fehacientemente comprobado que los elegidos pueden hacer lo que les venga en gana con su vida. Yo no. Yo fui elegido – no sé cuando ni por quién - como inelegible, así que Mozart, Rimbaud y yo no tenemos ni mierda en común (Literalmente ni mierda. Dudo que mis deshechos reivindiquen lo que yo no logré). Solo quizá un cierto esbozo de locura. Pero la que a ellos alcanzó para ser recordados, a mi me quedó debiendo. Solo me alcanza para estirar la mano en busca de más cervezas o mover los dedos ágiles mientras armo un porro. Y para una que otra risa y uno que otro orgasmo, que tampoco están mal, pero son nada. Una nada que difícilmente trascenderá a la especia humana o al género masculino, siquiera. Otra frivolidad mía para ser inscrita en los anales del degenere, una mentira más fecundada por el consuelo y la auto compasión, que bailan como los locos con ojos giratorios, barquito de papel como sombrero y una camisa de fuerza que evidencie sus debilidades. Yo solo necesito al silencio para menearme. Eso, mientras sea el cadáver y el enterrador de esta estúpida demencia que traigo por pose, por peso. Ya no me hace falta estar borracho para citar a Cioran. “Me hubiera gustado ser hijo de verdugo”. Ja. A mi también.
- Hace demasiado frío aquí. La locura debería también servir de abrigo. La pose, de vela a punto de quedarse sin cera.
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