CON EL CAÑÓN EN LA BOCA

Un espacio para el desahogo, para el ahogo, para la soledad, para la compañía, para perder el control y retomarlo, para perderse completo y reencontrarse a medias, para ser un personaje y ser el autor al mismo tiempo, para gritar desaforado todos los silencios.

Mi foto
Nombre: Ricardo Hinojosa Lizárraga
Ubicación: Miraflores, Lima, Peru

Comienzo esto a la edad en que otros han terminado todo lo que les quedaba por hacer en vida: Hendrix, Morrison, Janis, Cobain. Que poco pueden parecer a veces 27, cuanto pueden significar en otras ocasiones. Fuera de eso, ya cumplí con los rituales del colegio y la universidad, el de los vanos intentos de socialización, el de la escuela de vida que te prepara para saber adonde no volver, o como extraviarte totalmente en la búsqueda de ser individual y no borrego de modas y antojos circunstanciales. Aunque, a pesar de eso, prosiga ahora como todos, como uno más, ganándome el pan y trabajando, cumpliendo protocolos y horarios, aunque prefiera quedarme en casa, escribir según mi ánimo, darle curso al onanismo (el mental y todos sus hermanos), almorzar cuando no toque, escupir al cielo eventualmente o sencillamente chasquear los dedos frente al público y hacer mi gran desaparición. A pesar de todo eso, estoy aquí, sacando bien, siempre con el cañón en la boca, tentando el número final que me haga perenne.

diciembre 10, 2007

Game Over, Capítulo II



Si dejamos de lado la teoría “Minority Report” para ampayar, cazar y presentar en sociedad ”Loser Kings”, pero mantenemos la idea de la fiesta tipo quinceañero en su honor, habría que buscar otra manera para identificar un fracaso bípedo, la nube negra como encapotado sombrero de alguien ostentando la cuestionable elegancia de su triste sino y, es un deber aceptarlo, he llegado a la conclusión, después de una minuciosa y paciente rotura, quiebre y estrépito de masa encefálica en pos de la verdad –léase craneada- que la única manera de saberlo es por propia confesión. Aceptémoslo. Si en verdad queremos que la sociedad nos de la posibilidad de presentarnos formalmente ante ella es esa la opción. Mirarnos al espejo, de cabello a mentón, de patilla a patilla, de queco a queco y, en un máximo gesto de desprendimiento y auto expiación del pecado nuestro de nacer, confesar nuestra humana condición de perdedores. Como en alcohólicos anónimos, aceptarlo es el primer paso. El resto es enfrentarnos a la vida o encerrarnos en un manicomio tipo “Atrapado sin Salida” o “Doce Monos”, o en cualquier otro lugar – por ejemplo, el planeta tierra– donde nuestra demencia quede petrificada ante el acecho intimidante de todas las otras demencias, bestias voladoras que acuden en enjambres de desesperación a chuparle la miel a la utopía, enfrente mío, enfrente de otros como yo que no entienden aún la rutina de esa ceremonia, que no poseen cartas o tablero o reglas aprendidas de memoria para tomar ventaja y cambiar la historia, que quedan convertidos en pupilas sometidas al inocuo acto del reflejo y la vista sin visión.


De esta manera el fracaso demuestra ser una boca muda cosida desde adentro. Y los fracasados son pupilas que duermen abrazadas de sus lágrimas, para cualquier necesidad trasnochadora. Pupilarmente involucradas en el crimen eterno, víctimas hasta el infinito, pero carentes de una voluntad de revancha que las eleve sobre los millones que triunfan y les enseñe como es, de verdad, esta huevada. Algunos, como Mozart, ni siquiera necesitaron tiempo para aprender como era, hacia donde había que ir. Él cambió el biberón por el piano y en ese mismo instante abortó cualquier vacilación adolescente. Aún así, esa misma adolescencia se convirtió en un buen instante para algunos, pues Rimbaud sólo necesitó 19 años para destilar genio en cada maldita letra de su poesía. Así es. Queda fehacientemente comprobado que los elegidos pueden hacer lo que les venga en gana con su vida. Yo no. Yo fui elegido – no sé cuando ni por quién - como inelegible, así que Mozart, Rimbaud y yo no tenemos ni mierda en común (Literalmente ni mierda. Dudo que mis deshechos reivindiquen lo que yo no logré). Solo quizá un cierto esbozo de locura. Pero la que a ellos alcanzó para ser recordados, a mi me quedó debiendo. Solo me alcanza para estirar la mano en busca de más cervezas o mover los dedos ágiles mientras armo un porro. Y para una que otra risa y uno que otro orgasmo, que tampoco están mal, pero son nada. Una nada que difícilmente trascenderá a la especia humana o al género masculino, siquiera. Otra frivolidad mía para ser inscrita en los anales del degenere, una mentira más fecundada por el consuelo y la auto compasión, que bailan como los locos con ojos giratorios, barquito de papel como sombrero y una camisa de fuerza que evidencie sus debilidades. Yo solo necesito al silencio para menearme. Eso, mientras sea el cadáver y el enterrador de esta estúpida demencia que traigo por pose, por peso. Ya no me hace falta estar borracho para citar a Cioran. “Me hubiera gustado ser hijo de verdugo”. Ja. A mi también.

- Hace demasiado frío aquí. La locura debería también servir de abrigo. La pose, de vela a punto de quedarse sin cera.


Etiquetas: ,